La Magistral de Cisneros -llamada así porque el Cardenal, que promovió las obras como parte de su proyecto de primera ciudad universitaria de la cristiandad en Alcalá de Henares, determinó que sus canónigos fueran maestros o doctores en Teología- es una fábrica imponente de sobrio renacentismo. En el interior, en cambio no hay mucho que admirar, salvo el venerable sepulcro de los niños santos Justo y Pastor.
Esto es así porque en los primeros días de la guerra civil los milicianos decidieron hacer honor a uno de sus más ilustres conciudadanos, Manuel Azaña, filósofo de cabecera de Aznar y no mal prosista, que había dejado dicho que ninguna iglesia o convento valía lo que un republicano.
Por las fotografías conservadas era un prodigio de cuadros, tapices y retablos. La cúpula al caer a lo Notre Dame partió los dedos y la nariz del Cardenal Cisneros cuyo cenotafio estaba entonces trasladado allí.
Toda una republicana vendetta sobre el artífice de la gran monarquía hispana.
Así se entiende que la estatua de Azaña esté en una rotonda especulativa a las afueras de la ciudad.
Casi cuarenta años tardó en abrirse al culto, y al no tan culto, la Magistral.
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