Mientras interminablemente el Presidente desovilla su retahíla fidelista y sigue ahí, como el dinosaurio de Monterroso, hablando de de la fibra óptica y del queroseno, del espacio-tiempo y de las cuatro dimensiones, quiero pensar en cómo empezó todo:
a) En medio de una guerra comercial y tecnológica entre la China pujante y la decreciente USA -evidenciada en los vetos interruptus a la tecnología asiática en el mercado occidental-
es liberado un virus en Wuhan, la gran ciudad industrial de la China central, desconectada de las populosas ciudades marítimas del Sudeste Asiático y fácilmente aíslable por carretera. La ciudad es conocida por albergar la sede de los más importantes institutos de microbiología chinos, implicados en el estudio del SARS y el manejo de reservorios víricos animales, como los murciélagos. Parece poco probable que la suelta del virus fuera orquestada por el Gobierno chino o la administración americana, aunque esto retrospectivamente explicara muchas cosas (desde la existencia de planos para construir un hospital en una semana hasta la rápida recuperación asiática, que no se prevé en Europa), pero así son los mecanismos de pensamiento conspirativo paranoico, conectando puntos débiles y olvidando realidades fuertes como lo es el hecho de que un Estado jamás agrede a sus propios súbditos. Lo natural es pensar que se trató de una fuga, como la que ya aconteció en el 2004 en un laboratorio chino con el virus del SARS y que provocó la muerte de nueve personas.
b) En uno de los mercados de carne de fieras chinas promovidos por el comunismo maoísta desde la revolución cultural como seña de identidad cultural y sobre todo como alternativa al hambre endémica del gigante asiático ("Las ratas", de Miguel Delibes), alguien celebró una paella con un pangolín, el entrañable erizo de la cota de malla, haciendo suyo el virus con el que previamente hubiera sido infectado el animalito por un vampiro en noche de luna llena cuando el colmillo no resbala por las escamas. Alternativamente en otro punto del mismo mercado alguien cambió la aleta de la sopa de tiburón por una aleta de drácula o, incluso, pudiera ser que el virus saltara, enloquecido por la berrea, de la carne amontonada de unos ciervos al viejo carnicero que sesteaba sobre la casquería ungulada. Este salto mortal entre especies no era nuevo, la novedad es la coincidencia con el mismo punto geográfico, apenas unos Kms de distancia, con el lugar donde investigan la corona de los quirópteros.
Ambas propuestas, la a) y la b), pueden ser verdaderas a la vez, e incluso puede que ninguna de las dos lo sea y que la crisis sea imputable a un banderillero valenciano, Vicente Ruiz el Soros, versión poco probable pero que por ahí circula.
Elige tú la opción que mejor se adapte a tu esquemas mentales, ya todo depende de lo pangolín que seas.
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