En su libro de 1954, “SEMANA SANTA EN SEVILLA. Facetas cofradieras” describía así mi abuelo Miguel García Posada -no confundir con su hijo, mi tío Miguel García-Posada Huelva, crítico literario de EL PAÍS y el ABC- la Semana Santa de 1933, en la que las disputas políticas impidieron la celebración de los desfiles procesionales:
Salvando las distancias, una pandemia frente a los prolegómenos de una contienda civil, pero una situación extraordinaria en cualquier caso, se evidencia nuevamente que, salvo el insólito encierro del año pasado, no hay nada nuevo bajo el sol y que ya antes, (también en el 32 en que salió solo “La Estrella”) ha vivido la ciudad la contradicción entre una primavera radiante y la frustración de no poder vivir en plenitud los días del gozo.
Ahora no se podrá,
por razones obvias, y se habrá de evitar, sea como sea, la formación de “masas
humanas” o de “llenos de la iglesia” (ahí estarán los hombres de Harrison
Espadas para evitarlo clausurando templos...ay), pero será o habrá de ser el mismo
el fervor y la intensidad de la vivencia.
Las calles estarán
vacías de imágenes, ausentes de nazarenos, pero las calles de Sevilla son los
renglones por los que las hermandades han ido escribiendo con tinta de cera la
historia de la ciudad, tanto es así que pareciera que su arquitectura se acomodara
al paso de los de pasos y viceversa: el ancho áureo de los palios sigue la
razón de amor de las rejas, los balcones, los naranjos, las distancias.
Esa escritura está
ahí, en las calles está esa historia invisible e indeleble que podemos ir a
leer. Pasear por la ciudad no será un ejercicio de nostalgia sino la necesaria celebración
de la esperanza, en esta semana vacía sonarán los tambores silenciosos de la
memoria, las saetas mudas de la fe, el adormecido transitar de las imágenes de
Dios por el corazón.
En cada balcón “estará
puesta”, la tendida mano del crucificado y la golondrina becqueriana que le
arrancará el clavo, en cada esquina los varales transparentes de un paso de
palio se mecerán al son de un sol y un cielo que son y serán el de siempre.
Jerusalén aguarda.
Pasa, Soledad, dame
la mano, llévame en la onda de tu silencio inerme, condúceme por los senderos
queridos de la gloria.
Vuelven, vuelven,
vuelven los ramos, las hojas de palmera a proclamar el jubiloso hosana de un único
domingo, de esta mañana de reyes de la ciudad que celebra la navidad en
primavera.
Por el río, por la tierra,
por el cielo y por el mar, que es el morir, es otra vez Semana Santa en
Sevilla.
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