{Acero}
Traidores y cobardes. Si tanto temor tienen, ¿por qué no me envenenan? Nadie
se atreve a entrar en mi despacho, construido a escala uno a uno conforme al
mapa de todas las repúblicas. Ni siquiera la guardia pretoriana. Pero están
todos presos en mi jaula de hoces, cuando no disecados, temblando a martillazos,
sin piar. Los expedientes se amontonan en mi mesa. Desde mi trono al fondo miro
los hielos perpetuos, mi ancho calabozo inexpugnable. Escucho. Qué ingratas son
mis naciones. Estoy cansado: deportaciones, purgas, juicios sumarísimos,
ejecuciones, guerra. Nada contenta a estos millones de israelitas plañideros. Con lo fácil que
sería complacerme y bailar una cancioncilla georgiana, todos juntos, como en un
musical de Hollywood.
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