Cuando la Divinidad determina asombrar a los hombres echa
mano del repertorio, los fenómenos meteorológicos, mayormente, y algún
prodigio astral, por añadidura. Una columna de fuego guió a Israel por el
desierto, una supernova anunció en los espacios el nacimiento del Mesías.
Cuenta Suetonio que tras el asesinato de César,
Dictador y Pontifex Maximus, brilló un cometa en el cielo durante una semana. En una Ciudad como Roma cuyos aurúspices y augures han escrutado durante siglos las entrañas de
los animales y el vuelo de las aves en busca de sagrados vaticinios, no es
inocente el envío de un rayo por parte de Júpiter Tonante a la Colina
Vaticana. No entra en la categoría ni de
las causalidades ni de las casualidades, Pascal ya lo avisaba “el corazón tiene
razones que la razón no entiende”. He estudiado la mecánica cuántica y la
ondulatoria, ninguna dan una explicación del mundo, solo incrementan nuestro
asombro, revocan nuestros sentidos con sus maravillas. La Religión se funda en
la Verdad, la Superstición en el símbolo o el rito, pero ambas coinciden en la
admiración del Signo. ¿Qué ha querido decir el
pascaliano relámpago que ha resquebrajado las pantallas de
media humanidad con su centelleante belleza tras la renuncia de Benedicto XVI? A mi corazón no le cabe duda de que se trata del
sello de Dios, de su rúbrica fulgurante pues “lo que ates en la Tierra quedará
atado en el Cielo”. Mi razón, a la que no inquieta la oscura carcajada, ni teme
a los príncipes de la ciencia o a los sacripantes del relativismo, sabe sin embargo que
este rayo proclama desde las siete colinas a la Ciudad y al Mundo la severa admonición de hoy, Miércoles de Ceniza: “Conviértete y cree en el Evangelio”.
miércoles, 13 de febrero de 2013
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