Suceso de Tugunska
Se
ha abierto el almanaque del cielo sobre los ojos azules de Siberia, la
artillería del espacio exterior ha detonado la noche blanca de la taiga. A
través de un cráter luminoso el firmamento se precipita por las regiones
ignotas y salvajes que los exploradores eluden. No hay jirafas ni cuernos de
rinoceronte en estas latitudes hermanas de la tundra donde se mecen las aguas
gélidas del lago Baikal, lejano como un mar de la luna. La onda expansiva
derriba coníferas del precámbrico,
extendidas como una baraja incinerada, y una vena caliente de níquel y de
iridio anuncia el Juicio Final, el
advenimiento de los OVNIS. Se vieron luego más prodigios en la atmósfera y
temblaron los sismógrafos de Eurasia, pero ¿por qué prestar atención a los
signos quirománticos, a las hipótesis fúnebres de los investigadores chiflados
si en Londres o París el sol sigue saliendo? ¿Cada día?
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