A los veintiocho años la esclerósis múltiple hizo que dejara de sentir entre sus dedos las cuerdas del violoncelo. Murió a los cuarenta y dos, aplastada por la enfermedad y la desolación. Con Daniel Baremboim, su marido, cinceló algunos de los momentos fulgurantes de la interpretación del siglo XX. Su versión del concierto para violoncelo de Elgar, indómita y abismal, siempre en el vértice de la angustia, es inmortal.
Du Pré
En
el violín, suena el violín.
El
piano, en el piano.
Idéntico
a su esencia es el sonido,
perfecto
el arquetipo, claro el timbre.
Matemática
pura.
El
violoncelo es, por el contrario,
tosco
como un bisonte de Altamira,
áspero
y bronco,
esperando la mano de nieve
que lo dome.
En sus entrañas cuaternarias
En sus entrañas cuaternarias
yace
un hondo vagido,
una
lenta garganta en pugna con la muerte
que
la hoja del arco cercena en cada nota.
¿Qué voces guturales murmuran qué gruñidos?
¿Qué voces guturales murmuran qué gruñidos?
¿Qué
llanto Neandertal, qué lenguaje de signos?
La bella cazadora galopa por el cielo
La bella cazadora galopa por el cielo
rojizo
de la cueva,
su
cabellera rubia es una antorcha
que
agita las manadas y enciende las estepas.
Caerá antes del alba al pie de los caballos,
Caerá antes del alba al pie de los caballos,
herida por el sílex de los dioses oscuros.
Portadora del fuego.
Portadora del fuego.
2 comentarios:
José María, felicidades. Has compuesto un poema soberbio. Una vez más la poesía y la música van de la mano.
Un abrazo
Mil gracias, Alonso.
Publicar un comentario