[Esta reseña, aparecida en el último número de la Revista Turia, reproduce las palabras que dije con motivo de la presentación del libro en la Plaza Nueva durante la calurosa feria del libro de Sevilla de 2012, con Ignacio Garmendia y Rafael Organvídez]
Luis Alberto de Cuenca, Palabras con Alas
Sevilla 2012, Inklings de Siltolá.
Porque en Literatura lo mejor es descubrir las cartas desde
el principio lo diré a la manera de Borges: la obra de Luis Alberto de Cuenca
me fue revelada una mañana triunfante de septiembre hace ya casi veinte años en
la Plaza Nueva de Sevilla, cuando adquirí en la caseta de Renacimiento “La Caja
de Plata”. Era aquella caja el arca de una nueva alianza para la poesía en
español, pues todo el apolillado fondo de armario culturalista, construido con
referencias eruditas y pesadas, cobraba, de repente, aire, vida, espíritu. No
desaparecía, antes al contrario, la intrínseca belleza de los nombres propios, la
sonora resonancia del mito, pero soplaba
en los poemas “La brisa de la calle”, como se titulaba una de sus secciones. Una
brisa sobre las que batían sus alas las palabras, bajo los altos árboles
espléndidos de aquella plaza a la que un jovencísimo Borges se asomaba
diariamente cuando vivió en Sevilla y empezaba a comprender lo que yo he
aprendido en todos los libros de Luis Alberto, que la Literatura no es sino una
forma de la felicidad, una felicidad que agita con su élan el espíritu hasta convertirse en la brisa de la Literatura.
Porque Luis Alberto de Cuenca, como todos los grandes
creadores, es un propagador y un multiplicador de la belleza. No hay una sola
de sus páginas que no abra generosamente un camino de Oz hecho de soñadas
baldosas amarillas hacia otros espacios de la imaginación. Como todos los poetas
verdaderos, Luis Alberto ha desarrollado una inagotable labor ensayística y
crítica que, unida a su condición de sabio y de filólogo (palabras que en su
caso son sinónimas), nos ha regalado páginas espléndidas.
Podríamos comparar sus colecciones de artículos, de las que
estas “Palabras con alas” son la penúltima entrega, con un mercado persa donde
uno se extraviaría de prodigio en prodigio, pero en el que, sin embargo, es
imposible perderse, pues su prosa alada, sin solipsismos o metafísicas, siempre
nos conduce, como un mapa perfecto, al cofre del tesoro.
En algún lugar de la obra de Borges se lee: “Novalis,
memorablemente ha observado: «Nada más poético que las mutaciones y las mezclas
heterogéneas», esa peculiar atracción de lo misceláneo es la de ciertos libros
famosos”. Esa es la atracción que ejercen títulos recopilatorios como “Etcétera”,
“Bazar”, “Álbum de lecturas” o “Libros contra el aburrimiento”, que son algunas
de las calles y plazas del zoco de Luis Alberto.
Y este es el encanto de estas “Palabras con Alas”, que se
leen como un delicioso cóctel servido sobre el grial de la Literatura: la
pasión bibliográfica de Alfonso el Magnánimo, la Jolly Roger de los Piratas,
los tebeos (un vector ineludible para entender su obra poética), los pintores prerrafaelitas,
la emperatriz Teodora asomada siempre al Hipódromo de Bizancio, los inmortales:
Montaigne, Kipling, Catulo, Calímaco de
Cirene, Aulio Gelio, Galdós, Hölderlin y, sobre ellos, además del Borges de
Bioy, Juan Eduardo Cirlot y Ezra Pound, a quien llama nuestro Homero en el que me parece el
texto de más emoción y fuerza.
Es posible clasificar a los poetas en dos categorías, la de
quienes han asumido la lección de Pound, el Mayor Hacedor, y la de quienes
escriben al margen de su lección. Luis Alberto indudablemente pertenece a los
primeros, pues todo que él dice sobre Ezra en su ensayo es trasladable, en la
poesía en español, al propio Luis Alberto, a quien en otra ocasión he llamado,
por la misma razón, nuestro Catulo, nuestro Propercio.
La enumeración anterior no se detiene, sino que se extiende
hasta nuestros contemporáneos más clásicos, como Antonio Colinas y sus “Tratados
de Armonía” o la nueva poesía de Karmelo Iribarren, y podría tener algo de
caótica, es decir, de borgiana, si no fuera porque en las afinidades electivas
de Luis Alberto apreciamos una dispersa unidad, como un mosaico que, visto de
lejos, nos devolviera el inconfundible retrato de su pasión literaria.
“Los Retratos” es precisamente el título de su primer libro
de poemas al frente del que inscribía esta cita de Pound: “Cassandra, your eyes are like tigers with no word written in them.”
Como fiel seguidor de aquel sabio del Renacimiento que cada
noche vestía sus mejores ropajes para hablar con Platón, Luis Alberto nos
lleva, sin cambiar nunca la amabilidad de su discurso, a un diálogo directo con
estos escritores, bajo el amparo de las alas de Mercurio, protector de los
cruces de caminos y señor de los alquimistas. Porque fue la revista Mercurio de
la Fundación Lara quien acogió inicialmente estos treinta y seis textos que,
agrupados en esta bella edición de la colección Inklings de la Isla de Siltolá, bajo una intensa portada de color
amarillo, adquieren la unidad del “trabajo gustoso” juanramoniano.
Si en el oscuro noviembre la misma editorial nos entregaba
la antología “En la Cama con La Muerte”, una selección de los poemas más
tétricos de Luis Alberto, ilustrada con fotografías de tumbas y cementerios por
Marcela Lieblich y Miguel Fernández-Pacheco, revestida de un fúnebre lila o violeta. Ahora,
al arrullo de la primavera, trae Siltolá el deslumbrante amarillo de esta edición,
porque el amarillo no es solo el color aciago y funesto con el que Moliere
entregó el espíritu en la representación de “El Enfermo Imaginario”, amarillas
son las baldosas que conducen al reino mágico de Oz, por el Cristal Amarillo
accedió Juan Ramón Jiménez al fulgor de la palabra, y amarillo también es, como
ningún borgiano ignora, el último color que vio el maestro: “ahora solo me
quedan/ la vaga luz, la inextricable sombra/ y el oro del princio/ Oh
ponientes, oh tigres, oh fulgores del mito y de la épica.”
Tigres de los ojos de
Casandra, poniente morado de la tarde, fulgor del mes de mayo en la que
salieron envueltas en amarillo estas homéricas “Palabras con Alas” que, como
aquellos canarios a los que quitaban los ojos para que cantaran mejor según
explica Alberto Sabino al referirse a la ceguera del autor de la Ilíada, Luis
Alberto de Cuenca puso a revolotear esta primavera durante la feria del libro sobre
la borgiana Plaza Nueva de Sevilla.
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