El platillo volante, que no era mayor que la
pila de un lavabo, se había materializado en el centro de mi biblioteca. Tras un
breve pero estridente zumbido se abrieron dos compuertas y una escalera telescópica
se desplegó hasta el suelo. Un segundo después descendía por ella un diminuto alienígena
con la acostumbrada testuz dolicocéfala, los ojos almendrados y saltones y la
piel verdosa por añadidura. Se llegó hasta mi sitio. Entre los dedos largos y
viscosos traía un pen drive que dejó
sobre la mesa antes de iniciar su parlamento:
-Hay que reconocer que esto del USB os ha
salido bien, pero de lo demás mejor ni hablamos, no hay forma de poneros de
acuerdo, esta noche destruiremos vuestro planeta y vuestra civilización, por
llamarla de algún modo, se perderá en el tiempo como lágrimas en la lluvia, etc., ya sabes de lo que te hablo que para
eso eres un poeta culturalista.
Lo que me estaba sucediendo era tan
inconcebiblemente kitsch que no albergué ninguna duda sobre su verosimilitud, ni
me engañaban ni los sentidos ni me engañaba la droga con la que habitualmente
me consuelo de mi bohemio spleen. Al parecer habían contactado conmigo, por
indicación de sus jefes, para que les preparara un resumen de 4GB sobre la
Historia de la Cultura que incorporarían a su gran archivo interestelar.
-Bueno, majo, volvemos en dos horas y ya
sabes, nada de anatomía ni de ADN, ni de disquitos dorados como los de vuestras
sondas de pacotilla, que de eso sabemos más que tú. Películas, queremos
películas, musicales, a ser posible y del Oeste. Ah y déjate de poesías o
música sinfónica, que ya nos conocemos. De esto no se tiene que enterar nadie,
tú cumple tu parte del trato y ayúdanos a completar la misión que nosotros
cumpliremos la nuestra.
No me quedó claro el beneficio que podría yo
sacar de esto ante la inminente destrucción de la Tierra, pero hay que
reconocer que los marcianos (por entendernos) eran unos tipos simpáticos y me
puse manos a la obra, comprometido con la grave tarea de preservar la dignidad
de nuestra especie.
Sospechosamente no funcionaba internet y en el
disco duro de mi portátil el género no se correspondía con la demanda que tan
específicamente me habían encargado. Entonces me acordé del lote de películas
de Pedro Almodóvar que había saldado EL PAÍS y que equilibraban una de las
repisas de mi sección de clásicos grecolatinos.
Acabé pronto. El resto de la tarde, después de
que recogieron lo suyo, la pasé leyendo a Homero y aguardando el apocalipsis
que finalmente llegó en forma de magnífica explosión nuclear. Ignoro si este
resto de pensamiento que se mece en el éter era la parte del pacto que me correspondía,
pero confío en que no. No temo tanto la venganza de los marcianos como el
sufrimiento al que podría someterme mi conciencia en caso de que la recuperase.
Después de todo, ¿no decía Nabokov que nuestra
existencia no es más que un cortocircuito de luz entre dos eternidades de
oscuridad? Y además, si ya a casi nadie le interesaban ni el Partenón ni las
películas de John Ford, ¿no es cierto?
Encuentros en la Tercera Fase
2 comentarios:
Deberías haber incluido en esa sección de cultura para marcianos el cine español del destape. Un abrazo.
Bueno, eso es más divertido que Almodóvar. Gracias, Jesús.
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