Capítulo V
Capítulo IV
Capítulo III
Capítulo II
Capítulo I
Capítulo IV
Capítulo III
Capítulo II
Capítulo I
Regresé por fin a París una mañana de mayo. Entré por la parte
norte, pero, pese al brillo calcáreo aunque algo más desvaído de las cúpulas
del Sacré-Cœur,- siempre en la
cúspide de los panoramas-, tardé en reconocer aquellas vistas queridas en las
que el camino rural se transforma en calleja primero y las casas van sucediendo
a las parcelas y molinos emparrados. Habían arrancado la mayoría de los viñedos
y las callejuelas de tierra eran mucho más anchas y estaban empedradas.
No había casi nadie en las calles, de cuando en cuando pasaba
una camioneta militar repleta de soldados, pero con un uniforme que yo no
conocía. Rodeado de la bruma persistente que me precedía, tampoco en la ciudad
resultaba yo visible para nadie. Di varias vueltas alrededor de la colina hasta
que, movido por el dolor o la curiosidad, encontré o creí encontrar el lugar
donde, al menos, podría, ya que había perdido toda esperanza, reclamar alguna
explicación.
El oscuro y ciego callejón estaba tapiado, en su lugar una
puerta alta y estrecha de madera, sin timbre ni aldaba y pintarrajeada de
blanco, exhibía un cartel mal clavado cuya tipografía no me era desconocida, en
letras grandes y rojas, perfiladas en negro, podía leerse: PCF S. XVIIIE
A.[1]
Llamé varias veces, pero no hubo respuesta.
Evité pasar junto a la casa de mi madre. Un andamio horrible enfundaba
el campanario y las vidrieras de Saint Germain l'Auxerrois y en los almacenes
de la Samaritaine, también vacios de gente, había crecido una pátina óscura y
decadente sobre los mosaicos.
Crucé al otro lado del río por el Pont Neuf. Al asomarme al Sena, que aún discurría plácido y sereno,
como en mañana de domingo, me pareció percibir un tumulto lejano. Subí camino
de la Sorbona por Saint Michael, como en mis primeros años de estudiante. En
los balcones de los edificios colgaban banderas rojas y negras cuyo significado
se me escapaba y enormes sábanas blancas en las que podían leerse frases
absurdas para alguien recién llegado del frente como “Debajo de los adoquines
está la playa”.
La lejana algarabía creció hasta convertirse en un tropel que
corría en todas direcciones gritando consignas, coreando estribillos y
lanzando octavillas de papel. Más lejos se adivinaban los cascos de algunos
caballos y el inconfundible y perfeccionado aroma del gas lacrimógeno.
Entonces lo vi.
Envuelto en un apretado jersey morado de cuello alto, rodeado de
alumnas bellísimas y discípulos desgreñados, siempre apoyado en su bastón, avanzaba
en volandas por el bulevar dando órdenes precisas a unos y a otros. La gendarmería
no se atrevía a rozarlo por su calculado aire de maestro o filosófo que extendía
ante él y los suyos un halo protector. La comitiva tenía el aire de aquellas
fiestas que yo tan bien conocía, a su paso se sumaban más y más jóvenes que,
como en el cuento de Hamelín, arrasaban con todo y eran ya legión.
Al pasar junto a mí la niebla se disipó y yo me estremecí
esperando lo peor (¿y qué podría ser ya lo peor?), sin dejar de atender a la
cuidada puesta en escena de su parada clavó en mí sus ojos vidriosos mientras
con la punta del estoque, que para él hacía las veces de bastón, señalaba la
enorme pintada a mi espalda: " Yo decreto el estado de felicidad
permanente."
Y me fui tras él.
Y me fui tras él.
FIN
[1] Parti
Communiste Français Section du 18E Arrondisement. Partido Comunista Francés, sección del
distrito XVIII. NOTA DEL EDITOR.
6 comentarios:
Enhorabuena y gracias por lo escrito, me ha gustado mucho mucho el cuento visionario. Incluso me ha hecho revivir una noche ya olvidada, una noche de 1984 en que probé la absenta en el café Marsella, en el barrio Chino de la entonces aún muy afrancesada Barcelona, en compañía de tres amigos: un hippy, un punk y un anarquista. Pocas copas bastaron para salir volando por nuestro particular París de aquella noche, y si ciertamente no se nos apareció el espíritu de Baudelaire ni llegamos a conocer el Burladero, también es verdad que poco faltó, y recuerdo nuestra estancia en el club punk Fantástico en la calle Escudellers como una pista de despegue o tránsito a otras dimensiones. Gracias a la palabra, he recuperado un fragmento brillante de mi propia vida. Qué grande.
Guau, mil gracias por tus palabras, hacía años que nadie leía este cuento que duerme el sueño de los justos, junto con seis compañeros CUENTOS BARROCOS esperando la mano de nieve de una editorial que los resucite a la vida.
Sí, los Cuentos Barrocos están muy bien también. ¿Están basados en un hecho real? Un saludo, José María, y gracias.
No, en ninguno. El libro en conjunto recibe el nombre CUENTOS BARROCOS, el cuento solo, que entiendo has leído es UN CUENTO BARROCO.
Sí, el del crimen de las niñas de Guichot. Ok, gracias.
Oh, gracias
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