El sábado a las 12.30, en la Casa del Libro de Sevilla, navegaremos sobre la poesía de Santos Domínguez. Me cabe a mí el honor de hacer la botadura de esta buque que corta las olas al impulso de los vientos visionarios de la palabra. La Isla de Siltolá, en su colección Arrecifes, no ha querido ser ajena a la marea verbal y magnética de un poeta que mira el horizonte de Cádiz, pero también al Guadalquivir de las Estrellas, quiero decir al mar del mundo.
Me he colado de polizón en el prólogo del libro, pero en lugar de imantar una brújula o calibrar un sextante, he escrito una variación sobre el poema del capitán de la nave, que más abajo transcribo.
Y es que yo veo así a Santos, como un monje solitario frente a un mar inhóspito y terrible, predicando por dentro la verdad y la belleza.
MONJE A LA ORILLA DEL MAR
Se tiene la impresión al contemplarlo de que le hubieran cortado a uno los párpados.
Heinrich von Kleist
Heinrich von Kleist
Todo es frágil aquí, todo es niebla de asombro
bajo el silencio blanco de la nieve
o en el abismo azul de los acantilados.
Como un pájaro herido,
la lluvia se ha posado mansamente
en la orilla del mar.
Su música de sombra silenciosa
desciende blanda y tibia
a la arena sin pájaros.
Desciende blanda y tibia
desde este cielo turbio al turbio mar sin peces
y allí se desdibuja,
se disuelve en el agua
de otro mar más profundo sin temblor ni oleaje.
En la precaria orilla, sobre una leve duna
soy un cuerpo en penumbra, una interrogativa
silueta que contempla el horizonte incierto,
perplejo frente al mar vacío de veleros.
Y pienso en el desorden nevado de la muerte.
SANTOS DOMÍNGUEZ RAMOS
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