me senté en un café de vía Veneto
a pedir un martini con ginebra.
Aunque yo no acostumbro a llevar gafas
de sol y, en general, bebo muy poco,
quería ser Marcelo Mastroianni.
Era dulce
la vida esa mañana
bajo el cielo de Roma arrebatado
deslumbrante de luz y de belleza.
Cuando al pasar una mujer hermosa
que subía de Plaza Barberini
(donde trenza el Tritón la crin del agua)
lancé el primer requiebro de mi vida
-oh, el baño en la fontana, Anita Ekberg-.
Ella giró su larga cabellera
y con la gran guadaña de sus ojos
segó mi corazón: “aún no es tu hora”,
me dijo entre sonoras carcajadas.
Roma, 15 de julio de 2014 |
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