Érase
una ciudad de provincias
gremial y mesetaria,
de toda la vida.
Monumental a cachos,
un sí es no es levítica,
con dos cines y medio
y un aire a Rumanía.
Las tardes de domingo
-transistores y misa-
volvíamos a casa
por calles amarillas.
(Gol en las Gaunas,
penalti en la Condomina).
Luego, en la cena,
huevo y patatas fritas,
mirábamos la tele
como quien mira la vida.
-Tengan cuidado ahí
fuera.
Pero fuera crujía
la gran rueda del tedio
y la monotonía.
A menudo me acuerdo
de la ciudad tranquila,
en el lejano oeste
vieja y dormida.
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