La última vez que vi a mi padre, justo después de despedirme de él sin saber que nos separaba para siempre el triste Aqueronte, el insuperable [Borges], me encontré con el almendro en flor de la fotografía. Yo imploré para nosotros el milagro pagano de la primavera, el que nunca se ha verificado desde que Antonio Machado anotara la gracia verdecida de aquel olmo partido por el rayo, quiero decir desde que el hombre es hombre. Abril fue, luego, el mes cruel del que yo me había burlado otro año más, y bien que se vengó partiendo nuestra vida en dos mitades. T.S. Eliot no se equivoca nunca y en eso, bien mirado, radica también, gracias a Dios, nuestra esperanza: pues todo tiempo es presente, como nos recuerda la persistencia de la memoria y esa suplantación de la memoria que son las viejas fotografías.
Entre dos fotografías
José María Jurado Prieto, in memoriam
(27.VIII.1945-14.IV.2015)
Cáceres, marzo, 2015 |
Aquel almendro en flor ya lo sabía
y quiso bendecirte con sus rosas,
nadie debe morir en primavera.
Ahora tú eres ceniza y yo una sombra
que persigue tu luz en los retratos
bajo la ausencia en sepia del recuerdo:
nunca hubiera podido levantarte
con el amor con el que tú me alzabas
en el verano del setenta y cuatro.
Son sagrados los restos de la vida
y aunque nada hay de ti en esta urna,
pues gozas de la gloria de los justos,
yo la levanto al sol y digo padre,
padre mío que estás en los cielos
ahora y en la hora de mi muerte.
Sevilla, julio, 1974 |
6 comentarios:
Lo siento, José María. Mi padre también murió en abril, un día 8. Fue en 2000. Por lo demás, el poema es precioso. A la altura de ese decisivo momento. Un fuerte abrazo, Á.
Muchas gracias, Álvaro.
José, no tenía ni idea. Ya te había notado algo melancólico en los guiños de Facebook... Qué lástima. Un abrazo fuerte
Gracias, Javier, era eso...
José María, un poema precioso y sentido y levantado. Para la muerte, lo más digno es Dios y la poesía.
Gracias, Jesús.
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