Lóbrego Lovecraft, a ti te culpo,
tus sombrías y densas pesadillas
pusieron en mis sueños la semilla,
me condenaron al horror del pulpo.
No el redondo y dorado calamar
que colma los grasientos bocadillos
de la villa manchega, cuyos brillos
fulgen de Atocha al Barrio del Pilar.
Ni tampoco la sepia escurridiza
en campos de lechuga y de limón,
emblema del verano, digestión
de las playas de Huelva a las de Ibiza.
Menos aún las láminas gallegas
con cristales de sal y pimentón,
esmeraldas lucientes de Padrón
y amarillas patatas de la vega.
Sino el pulpo irreal cuyos tentáculos,
armados suciamente con ventosas,
instilan la simiente tenebrosa
a las doncellas sobre el tabernáculo.
Lóbrego Lovecraft, te he derrotado
una tarde de ocaso a la parrilla:
acechabas, taimado, en mi sombrilla
y acabaste tostado y loncheado.
Honor, en fin, a este inmortal molusco
que de las aguas claras de Samoa
vino a morir a nuestra barbacoa
servido con cebolla y con lambrusco.
Lóbrego Lovecraft, nieto de Poe,
¡cómo temo tu cósmica venganza!
Todo Cthulhu se atisba en lontananza
y es la culpa la pulpa del pulpo que me roe.
Punta Umbría, 28 de julio |
Museo de Ciencias Naturales, Madrid, 18 de julio. |
Museo Arqueológico Nacional, Madrid, 18 de julio. |
Zoo de Madrid, 16 de julio |
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