La noche del once de octubre de 1929 se estrenaba en Sevilla, en el Teatro de la Exposición[1], la comedia de los hermanos Álvarez Quintero “Los duendes de Sevilla”. Las crónicas del día refirieron la brillantez de la función a cargo de la compañía de la actriz sevillana Carmen Díaz y las numerosas veces que los dramaturgos fueron requeridos al término de cada acto por un público entregado que incluso interrumpió espontáneamente la representación con una ovación unánime, aunque no exenta de mala conciencia, cuando se mencionó en la escena el nombre de Aníbal González, el arquitecto de la Plaza de España y gran artífice del evento, tristemente fallecido en la más absoluta pobreza a las pocas semanas de haberse iniciado el certamen. Los diarios no recogieron, sin embargo, los extraños sucesos con los que se había iniciado la velada y de los que yo pude ser testigo directo, tanto es así que dieron principio a mis extravagantes aventuras por aquella urbe provisional y fantástica que conformaba el recinto de la Exposición Iberoamericana. Como el protagonista de la obrita de los Quintero yo también era de Madrid, de donde había llegado aquella misma tarde en el tren vespertino, pero a diferencia de este yo no era un arquitecto a la búsqueda de una inspiración oriental o andaluza, sino un poeta de veintipocos años no menos miope que mediocre, comisionado por una astrosa tertulia de la capital para asistir al homenaje que con motivo del Día de la Raza las autoridades iban a rendir, con desfile y descubrimiento de monolito incluido, a la ubérrima e ínclita memoria del cantor de la raza, Rubén Darío.
CONTINUARÁ...
[1] Actual Teatro Lope de Vega [N. del Ed.].
Cartel Oficial exposición Iberoamericana. Gustavo Bacarisas. |
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