He traído las begonias al balcón.
Son tres, cada una de un color. Una tiene las flores rosas con una cenefa
blanca como de encaje en el borde de los pétalos. Otra hace gala de unas
corolas rojas y turgentes, tiene el fulgor de los trajes de Valentino. La tercera
es amarilla casi blanca, pero abre su cancán plisado igual que las magnolias,
estrecha la cintura, verde y ácida. Parecen listas para abrir el baile de la
ópera. La mata de verbena también ha florecido, prendió en el jarrillo de latón
y, tras unas semanas de duda, ahora las pequeñas flores violetas levantan con
timidez sus ramitos de luz morada bajo la barba rizada y venerable del
helecho. Una brisa fresca anuncia la mañana del sábado. Enciendo la televisión.
Aún no ha empezado el concierto. Yo antes lloraba mucho escuchando a Beethoven,
pero hoy he me ha gustado más la música de Mozart, más acorde a mi temperamento
de estos meses, adulterado dulcemente por la química. Miro otra vez las flores. Conozco
su tristeza. Sube en seguida el calor y el ruido de la calle y en el pasillo
escucho las voces claras de las niñas recién levantadas. Pronto cumpliré cuarenta
y dos años. En las novelas rusas esta es ya una edad provecta cargada de nieve
y de resignada desolación. En nuestros días los usos y costumbres han desterrado el final de la juventud. La ciencia y el progreso,
se afirma con aliviado convencimiento, han alargado la vida; pero yo creo más
en las novelas rusas que en la ciencia y me he dado a la aprensión y a las
melancolías. Acaso terminó la primavera. Yo sé que alguna tarde aún los cielos habrán de imponerme el Toisón de Oro y
temblará mi mano cuando vuelva a ceñir el cetro de las rosas del mundo. Mientras, preparo
mi café descafeinado. Hay una silla de enea en la cocina, junto a la puerta que se asoma
al campo, allí me he de sentar alguna vez para admirar las mieses, su dorado fulgor antes
de julio. Ya hierve el agua. Una
cucharada primero, luego otra. Regreso a mi balcón y a mis macetas. También la
ancianidad tiene su infancia y puede que también su adolescencia. Primero una
pastilla, luego, otra. Y Mozart otra vez en mis oídos.
domingo, 12 de junio de 2016
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5 comentarios:
¿Viva Rusia! querido JMJ.
Yo también me siento un cuarentón de los de antes... et Deo gratias!
Por estos campos de la tierra mía,
bordados de olivares polvorientos,
voy caminando solo,
triste, cansado, pensativo y viejo.
(Antonio Machado, 37 años)
Precioso texto, por cierto.
Juventud divino tesoro...
¡Viva la Santa Rusia siempre!
Gracias, Plansel.
¿Llegaron a buen puerto esos gusanos?
Deo gratias, efectivamente.
Llegaron, llegaron, y los degusté plácidamente tomando un café en la Île Saint-Louis.
Cuánto me alegro, y no por el libro, sino por tu café.
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