Arrollado por el bullicio el viejo Gedeón se tambalea a tientas por la empinada calleja, ha estado a punto de rodar por el suelo, pero agarrado como un náufrago a la lona de un puesto de quincalla, uno de los muchos que reptan hacia el Templo, increpa a la multitud agitando su báculo:
-¡Por el Valle de Josafat, explicad a este ciego qué sucede!
-¡El Nazareno!¡El Nazareno!¡Han
crucificado al Nazareno!
-¿Al Nazareno? –el viejo Gedeón
se pone en pie y se arranca el vendaje andrajoso bajo el que lloran dos ojos traslúcidos-
¿Al Nazareno? Pues sabed que mis ojos han visto su gloria.
-¿Tus ojos? –Pregunta con sorna
la dueña del tenderete de especias mientras recoge la mercancía que ha derribado el tumulto- ¿Cómo van a ver visto tus ojos a ese desgraciado si hace más de
treinta que perdiste la vista y veinte desde que mendigas en este mercado?
Gedeón no contesta, en su
interior hace frío, la noche es cerrada y se aprieta a sus padres para no
congelarse mientras humean las brasas dormidas junto al rebaño. La escena se repite
cada día antes del sueño tras sus ojos vidriados. El resplandor primero, después el calor y el estruendo imponente, las
estrellas como soles en el cielo, las trompetas, y luego el camino bajo el
brillo acerado de la luz y aquel niño ante el que los pastores se postraban. Y en
seguida la vuelta hacia los montes, la oscuridad eterna, la noche fría de la
pupila quemada y el eco de las voces en el cielo resonando en su cabeza a todas
horas, unas voces sin palabras, unas voces que ahora, después de treinta años, vuelven otra vez a su
garganta mientras grita echando espumarajos por la boca, lo mismo que un
poseso, ante el gentío:
-¡Gloria a Dios en los cielos y
en la tierra paz a los hombres que ama el Señor!
Rembrandt, "Anunciación a los pastores" |
"Glory to God in the Highest" , de "El Mesías", Haendel
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