lunes, 23 de marzo de 2020

Diario del Año de la Peste (X. Triaje)

"¿Quién me ha robado el mes de abril?"- parece que el asedio se extenderá hasta el mes más cruel de los meses. Ojalá no haya que rebasar el domingo de Pascua y podamos entonces escribir, como el poeta, "el diario de una resurrección" .

Ojalá podamos pronto dar al fuego del olvido estas notas pestíferas. 

Las noticias son horribles, pero la resistencia de los españoles está siendo soriana, quiero decir numantina. Cada tarde a las ocho nos asomamos a la barbacana de la muralla para glorificar a los héroes. Roma no paga traidores y apenas nadie (un loco vestido de perro) se atreve a salir a la calle, más por temor del vecino que de la enfermedad.

El virus es ahora ubicuo, la invisibilidad del monstruo lo magnifica, pensamos en Madrid, sin quererlo, como en una ciudad leprosa "de un millón de cadáveres" y se siente uno, lo recordaba Ángel el otro día en FB, un hijo de la ira. Aunque aparezca radiante en las imágenes vacías no puede uno evitar imaginar la capital negra de sombra y roja de sangre, infestada de nieblas y humedades.

Allí están mi madre, allí mis hermanos, con salud desigual, pero a salvo. En Madrid pasé yo mi más largo confinamiento, cuando estudiaba la carrera, fueron años muy duros, "sin un alma que llevar a la boca". Luego hemos sido muy felices allí, donde tenemos la casa del corazón y cómo siente uno en el alma que la gran capital manchega lo haya de sufrir todo una vez más: del 2 de mayo al 11 de marzo o el 18 de julio, Madrid nueva Wuhan. Adquieren hoy los versos  guerreros de Alberti un nuevo temblor de fiebre inmortal:

Madrid, corazón de España,
late con pulsos de fiebre.
Si ayer la sangre le hervía,
hoy con más calor le hierve.

Me llega un vídeo horrible y utilitarista, una clase magistral sobre el cribado, el triaje de pacientes en escenarios de catástrofe: indigna hasta la náusea escuchar a un hijo de Hipócrates proponer los protocolos de supervivencia. Así la muerte resulta repugnante. Quizá no exista otro remedio ante la finitud de los medios; pero nunca faltó -nunca en la historia de las guerras- el viático del sacerdote o la cristiana mano del bien morir. Todo el profundo corpus de mis creencias se revela ante los códigos liberales o comunistas de la muerte.

No creo, no quiero creer que no existan recursos para evitar que  los ancianos mueran solos a las puertas de la UCI, ¿por qué no se abre un cupo de voluntarios que no siendo médicos del cuerpo sean médicos del alma? ¿Por qué esta llamada pública no existe?

¿Dónde están los psiquiatras, los frailes los psicólogos?

Aguantar en casa sin salir no es  ninguna heroicidad, ¿cómo vamos a amar luego si no estamos sabiendo amar ahora? ¿Qué valentía es esta?

Levanto la vista al Universo y escucho al cielo latir, en el confín del Universo, confinados, qué pequeño resulta nuestro cósmico horror.
 
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