martes, 28 de abril de 2020

Diario del Año de la Peste XLV ("El esplendor en la hierba")

Todavía ha de quedarse algún día más, mientras avanza la pandemia, nuestro atildado Marqués de Caños contemplando a los flamencos (pero no a las flamencas), de Doñana. Como una hierática esfinge egipcia no transcurre ahora el tiempo para él, sino que persiste inmutable, aguardando la crónica de su muerte anunciada mientras mira el infinito como los toros.

Pero la actualidad impera:

La perspectiva, codificada con sus leyes representativas y sus puntos de fuga, aparece, como tantas otras cosas, en el renacimiento italiano. Por intuición ya era conocida antes, pero se atribuye al gran arquitecto de la cúpula de Santa Maria dei Fiori en Florencia, Brunelleschi, su sistematización.

Sin que sirva de precedente me gusta la definición de la Academia: 

"Sistema de representación que intenta reproducir en una superficie plana la profundidad del espacio y la imagen tridimensional con que aparecen las formas a la vista."

Es pues, por naturaleza y necesidad, un sistema engañoso que exige el conocimiento previo por parte del cerebro, de la relación entre la distancia y el tamaño de las cosas.

Engañoso como los televisores y los telediarios: si en hora punta de desconfinamiento enfocamos un parque, una ciudad, una playa donde estén los niños jugando con el progenitor primero o el progenitor segundo o incluso con el tutor o tutora legal autorizado, la distancia social de seguridad que de hecho exista no se apreciará jamás en la pantalla, transmitiendo la impresión -puesto que el encuadre es muy amplio y la distancia focal muy corta-, de que estamos en la Plaza de Toros de las Ventas en tarde tomasista.

Es normal que haya mucha gente en la calle, porque la calle es de todos, y está muy bien, porque antes o más tarde habría que emprender el descenso de la curva o de la cumbre, que esta primera salida haya servido de entrenamiento social para lo que nos aguarda.

¿O nos ha de parecer mal que a la debida distancia conversen las personas si lo han hecho, por cuarenta días, de balcón a balcón o de whatsapp a whatsapp?

Mi impresión es que, como un viejo cascarrabias que gritara, "os lo decía, os lo decía", se ha puesto mucho énfasis en señalar un comportamiento incívico que no ha sido tal.  Sobre todo por parte de quienes no tienen hijos ni perros que les ladren. Tanto es así que  el Ministro Marlaska ha salido a reñirnos ma non tanto esta tarde.

España es la perfecta confinada, menos el alcalde de Badalona aquí hemos cumplido todos. Además, ningún padre arriesgaría la salud de sus hijos. Lo que las imágenes muestran no es más, que un error de perspectiva. Si desconoces su altura es imposible saber, sin referencias, la distancia que tres en línea proyectan en la lente de la cámara.

Etcétera. 

Hoy he salido con Inés al gran parque de los Bermejales, que es como un cortijo, pero sin toros y he visto a todo el mundo cumplir escrupulosamente las normas dictadas. Lo siento por los animales -a los que otra vez hemos estafado- pero nuevamente hemos ejercido de reyes de la creación y he visto mucha gente feliz jugando en el campo.

La primavera, recién bautizada tras la lluvia de la mañana que se llevo los farolillos virtuales de la feria soñada, descubría el manto real de su belleza: el amarillo jaramago, los cardos pasionistas, el enhiesto llantén cuya corona recuerda a la del virus microscópico, los tréboles jugosos, henchidos de humedad, las recónditas malvas, las perfumadas ramas del romero en flor azul, las campánulas moradas, las margaritas blancas y amarillas que no han podido soñar también con ser romero, las granadas espigas que son flechas de Cupido, los frágiles copos del diente de león.

El esplendor en la hierba:

"Y aunque ya nada pueda devolvernos la hora del esplendor en la hierba, de la gloria entre las flores, no debemos afligirnos, porque la belleza siempre subsiste en el recuerdo"

(W. Wordsworth)


Y así, en esta hora de primavera confiscada hemos hecho nuestra la primavera universal del mundo. Hemos recogido flores silvestres y hemos competido por ver quién hacía el ramo más hermoso. Plenos de espíritu y de aire hemos vuelto al hogar tras nuestros pasos, convencidos de que nada hay más bello que la naturaleza salvaje; y entonces, en el seto cuidado del jardín comunal se nos apareció (¡paf!) la rosa roja cubierta de rocío, la rosa exhuberante, la Marilyn Monroe de las rosas, y no pudimos evitar -a pesar de nuestra corona de flores feraces- raptarla como hicieron los romanos con las sabinas.

Y hay otra vez en esto la enseñanza de que, menos la belleza y la verdad, es todo relativo, o al contrario.


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