miércoles, 29 de abril de 2020

Diario del Año de la Peste XLVII ("Así murió de covidia el Marqués de Caños - II")

Los primeros días en el coto discurrieron plácidamente. Sentado bajo la galería porticada de su residencia campestre, cada mañana, a las doce en punto, el marqués se hacía servir un lujurioso negroni a través del cual observaba ufano la evolución anaranjada de las aves mientras hojeaba con delectación tratados de arte clásico que alternaba con ligeras revistas de moda masculina no menos ligera.

Cuando el gobierno decretó el confinamiento de cuantas especies vivían en la tierra, Jacinto Bandera ya llevaba una semana retirado en su fastuosa arca de Noé como un patriarca, rodeado de comodidades y sometiendo a su lacayo al más estricto despotismo ilustrado.

Ezequiel León, que este era su nombre, frisaba los veinticinco años. Era mulato y oriundo de Santo Domingo de donde habían emigrado sus padres durante los dorados años del aznarato. Además de ensillar el potro y de tomar la podadera, hacía en el remozado palacio real las veces de chambelán, ayuda de cámara, mozo de cuadra y pinche de cocina y, cada vez que al Marqués se apeteciera, que eran las más de las noches, pues no faltaban píldoras azules en la botica del palacio, había de desempeñarse también como guardia de corps, con más voluntarismo que ganas.

Así se sucedieron quince días con sus quince noches. Las noticias luctuosas que traía el discurrir de la epidemia, con su interminable rosario de víctimas, avivaban el ardor del marqués, uno de los más grandes de España por entonces (el ardor). 

Entregado a un nihilismo epicureísta no escapaba fácilmente de la angustia y en el sueño lo asaltaban pesadillas al término de las cuales repasaba todos sus contactos previos a la huida al campo, hasta convencerse de estar limpio del virus, lo que dio por cierto al término de la primera quincena.

No puede decirse que entonces bajara la guardia o acaso sí. Cuando las cifras de defunciones se dispararon una permanente sonrisa de satisfacción se dibujó en su rostro de ave de rapiña disecada.

-Si mis antepasados se hubieran retirado a la paz de estos conventos en 1649 en lugar de entregarse a caridades y procesiones otro gallo hubiera cantado a los Bandera.

Tan pagado estaba de sí mismo y de su plan, tan rídicula le parecía la "chusma" que se había quedado hacinada, como en las peste barroca, en los callejones de la calle Feria, asfixiada entre las miasmas de la covidia, que llegó a sentirse invulnerable.

Fue entonces cuando empezó a  doblar las dosis de negro y de negroni.

(Continuará...).

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