viernes, 3 de abril de 2020

Diario del Año de la Peste (XXI Mano de Santo)

Nunca un viernes de más dolores. Este era antes el día más feliz del año, cuando la Semana Santa de Sevilla estaba entera por estrenar. Completa. Ahora, lejos y en la mano, la miramos a través de las pantallas, como si fuera una bola de nieve con un paisaje inaccesible.

Sabemos que en el año 33, la única vez que no ha habido cofradías en la calle, la gente se echó a los templos y la ciudad fue un hervidero primaveral, un enjambre de luz. En este año inédito y maldito la procesión irá más que nunca por dentro.

No quiero hacer encargos al mundo exterior, para evitar lujos superfluos y desplazamientos inútiles, pero no he podido evitar sucumbir a la compra de incienso. Nunca lo he quemado en casa, porque estaba en la calle, como tampoco tengo por costumbre ver vídeos de pasos, siempre he optado por la realidad o por los ojos del alma.

Nuñez de Herrea, en su "Teoría y realidad de la Semana Santa" usa la palabra televisión, algunas décadas antes del invento, para describir cómo los compadres ven en la alta madrugada de la taberna la entrada del Gran Poder en el vidrio de sus copas de manzanilla. 

Nosotros también miraremos este año los "vídreos" y nos sumergiremos en las hipnóticas volutas de los ángeles turiferarios, no podemos permitir que el nivel de incienso en sangre descienda por debajo de ciertos umbrales incompatibles con la vida.

Para un sevillano, por fino, frío y cacereño que sea, no habrá mayor tragedia que esta reducción del índice incensario que trae el Rey Gaspar de la India por Reyes, cuando el Gran Poder celebra su quinario.

No queda otra, tenemos que ser aplicados en el uso de la tecnología medieval que el estado ha dejado en nuestras manos para vencer la enfermedad de la covidia: confinamiento y oración.

Tras la barbacana de la muralla y tras los cristos en rogativa, esperando -que siempre llega y no se sabe cómo- el día en que la peste huya, se volatilice inmunizada.

Porque además es el único remedio que a lo largo de los siglos se ha mostrado plenamente eficiente. Las vacunas son para los ricos y los respiradores para los turcos: tendremos que ir otra vez a Lepanto a por ellos en la ocasión más grande que verán los siglos. Otro día.

A nosotros ahora nos queda la catacumba y la procesión virtual, sin antifaz, pero con mascarilla, que ni eso.

Ah, y lavarnos las manos, manos de santos.


4 comentarios:

Anónimo dijo...

Mi lectura devota del Viernes Santo.

José María JURADO dijo...

Gracias querido amigo.

Viñamarina dijo...

¡Qué bonita, y qué sevillana, esta meditación del Viernes Santo!

José María JURADO dijo...

Es un honor recibirlo aquí, maestro.

 
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