domingo, 5 de abril de 2020

Diario del Año de la Peste XXII ("Cofrades a la calle")

Mañana es Domingo de Ramos. En los días previos al confinamiento circuló como un pregón portátil un archivo de audio en el que un entusiasta capillita partidario de las teorías de las conspiración animaba cándidamente a los cofrades de Sevilla a echarse a la calle durante la Cuaresma: 

"Ahora más que nunca (...) llenemos los cultos, las tertulias, las funciones (...) es nuestro momento (...) pasad de las noticias malas, esas noticias hay que huirlas"

y culminaba:

"No os pogáis nerviosos, que nos quieren atacar, no temedle a nada, ahora más que nunca ¡¡¡cofrades a la calle!!!"

Fue el primero de esos locos maravillosos que hacen la figura de "Le fou" en el tarot medieval que nos trajo la pandemia, como los que luego se disfrazaron de dinosaurios o perros, de nazarenos en patinete, de transformistas en el balcón.

Yo entiendo su pasión desatada. Se hace muy complicado explicarla a quien no la ha conocido de primera mano las pulsiones que remueve la Semana Santa en Sevilla: la fiesta más global de una ciudad singular (más extraña que Manila le parecía a Jaime Gil de Biedma), pero también la fiesta la más anacrónica y distante de los valores globalizados de esta era líquida.

Cofrades a la calle.

Un imposible entonces y un imposible ahora, pero no menos imposible e inimaginable que el teatro universal del mundo que la ciudad excesiva lleva siglos poniendo en marcha cada domingo de ramos.

Cofrades a la calle.


En las últimas centurias solo en el año 33 -por la tensión política- no hubo cofradías en la calle, pero aún así la gente vivió en los templos y plazas enfervorizadamente la fiesta. Es fama que "La Estrella", llamada desde entonces "la valiente", se atrevió a salir desafiando a izquierdas y derechas lo que dio lugar a un altercado público que incluso se saldó con un disparo. Tanta es la locura.

Cofrades a la calle.

Porque sin esta locura quijotesca, sin esta pasión exacerbada y barroca no se puede comprender a esta ciudad-estado que aún mantiene vigentes códigos y usos de un mundo desusado que entronca con la intensidad vital de los tartessios, de los fenicios y griegos, de los romanos y árabes, de los castellanos, cuya sangre caliente arde por las callejas.

Cofrades a la calle.

Sí, habría que desafiar a los gobiernos confinadores, a la razón, a la lógica y al virus y abrir de par en par las puertas de las iglesias confiscadas a su pueblo, de esos templos sin plegarias, cerrados y yertos, y echarse al monte de la carrera oficial. Cabalgando a lomos de Rocinante como caballeros nazarenos contra molinos de viento.

Cofrades a la calle.

Y sí, saldremos. La ciudad ha desplegado un amplio dispositivo virtual, los vendedores de inciensos surten a los adictos. Mañana en los balcones, -muchos de ellos de luto, pero engalanados- sonarán las marchas procesionales y se cantarán saetas. Y no será expresión de la frustración sino vivencia purísima, porque todo en esta fiesta es una disrupción de la realidad por la que ingresamos en otro mundo y en otro tiempo. 

Cofrades a la calle.

Ya lo dijo Pascal, "el corazón tiene razones que la razón no entiende", así que mañana, cuando las palmas del cielo proclamen el hossana  sin fin de la naturaleza derribaremos el muro de nuestro confinamiento espiritual, quebraremos las murallas de la cuarentena y nos echaremos a la calle con los ojos del alma.

¡Cofrades a la calle!

Sí, más ahora que nunca, -yo mismo ya lo digo sin comillas ni cursivas-: no os pongáis nerviosos, que nos quieren atacar, pasad de las noticias malas, a esas noticias hay que huirlas.

¡¡¡Cofrades a la calle!!!




2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola, puedo encontrar tu libro de poemas heebario en la sombra en formato ebook? Saludos

José María JURADO dijo...

Hola, Diego, de momento no. Creo que puedes comprarlo, pero en papel, por Amazon.

 
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