miércoles, 22 de abril de 2020

Diario del Año de la Peste XXXIX ("40")

Cuarenta. Esta es la cifra. Cuarenta. 

Cuarenta días llovió sin parar cuando el Diluvio Universal, cuarenta días estuvo Moisés en el Monte Sinaí y cuarenta fueron los días que pasó Jesús en el desierto. Cuaresma, cuarentena, mañana da inicio la crisis de los cuarenta y, con la crisis, todas nuestras certezas, si las tuvimos, se desmoronan.

Nunca imaginé, creo que nadie, que nos cantarían las cuarenta. El encierro se torna ya excesivo. No quiere uno pecar de darwinista -tenemos el ejemplo justiciero de Boris Johnson, que casi no lo cuenta-, pero mucho me temo que por encima de este plazo bíblico todo confinamiento no hará sino empeorar las cosas. Todo lo más podríamos aguantar los cincuenta días que estuvieron confinados los apóstoles hasta Pentecostés.

La numerología, la cábala judía no es baladí, cuando en el Génesis se habla de siete años de vacas flacas y siete años de vacas gordas ya había la experiencia de varios milenios en los que la cifra de la crisis periódica se había repetido de forma regular. Más o menos esto vino a durar la crisis financiera.

Si la Biblia cifra en cuarenta los días que Jesús ayuna el desierto, ¿por qué habríamos nosotros de ayunar más? La tentación de la insubordinación es cada vez más irresistible y el Gobierno no pone fácil las cosas: hoy ha anunciado que los niños no podrán acompañar a los padres sino al supermercado, adonde la recomendación es ir cada quince días...

Si en algo hay consenso con este virus de diseño justiciero es que los niños, -¿podría uno llegar a imaginar el horror de un virus herodiano?- apenas son rozados por el ala del ángel exterminador. Es decir, que si alguien puede salir a la calle sin riesgo no es el cánido que se hoza en las miasmas de las mascarillas, son los niños, verdadero escudo emocional de la pandemia a los que se han empeñado en llamarlos vectores, vectores de transmisión

Nadie podrá creerse que mientras permitíamos a los perros dar cuarenta vueltas a la manzana los niños no pudieran ver la luz del sol. En una población concienciada como la nuestra el riesgo de contagio en estas circunstancias es casi nulo. 

Los paseos con la familia permitirían esponjar el alma, diluir la murria y -sobre todo- ir entrenándonos -con el estado de alarma puesto a las ocho en punto de la tarde- para lo que sea que signifique la distancia social. ¿O acaso el día en que la salida se permita no corremos el riesgo de acabar como los mozos de Pamplona atorados en el portón del Coso de la Misericordia corneados por el Covid?

No va a ser fácil pisar la calle y conviene hacerlo ahora, con un pie puesto en los confinamientos. Los equipos de protección individual se llaman así, individuales, porque son equipos de autoprotección, pero el Gobierno de España -único en toda Europa- parece preferir que no aprendamos las técnicas de defensa personal, acaso porque son demasiado liberales.

Yo siempre había defendido al Estado, como modelo civilizado de organización, un estado fuerte, no elefantiásico, pero después de verme en esta le voy a dar la razón a mis amigos anarcocapitalistas, el Estado se me aparece ahora como el gran Leviatán. Diseñado como estaba para dar respuesta a situaciones como las de ahora, se está mostrando por desgracia solo eficiente en el encarcelamiento.

Ahora sabemos que #quédate_en_casa no era una recomendación, sino una orden.

Con el diario ya escrito llega un nuevo volantazo del Gobierno, ahora los niños sí podrán pasear y no me queda sino implorar a Cicerón, ¿hasta cuándo PSNCHZ vas a abusar de nuestra paciencia?

O ha sido una cortina de humo para que se deje de hablar de la persecución a la fakundia antigubernamental -propia de quien cree que gobernar es escribir el guión Redondo de una serie de TV - o -todavía peor- se evidencia que no es cierto que se esté actuando según criterios técnicos. 

Debe de ser  esta entrada del diario de las pocas ocasiones en que la que se hayan puesto de acuerdo la Biblia y la Selección Natural. Tras cuarenta días y si no hay vacuna que llevarse a la boca (aunque todo el mundo está inventando la suya y yo mismo empiezo mañana los ensayos clínicos de la mía) hay que rendirse ante la virilidad del virus y poner ya la bandera a media asta.

Además, liberado el confinamiento, cree uno -aunque no lo puede asegurar- que no será obligatorio salir a la calle, ni siquiera sacar a los niños. Quien lo necesite, quien lo tema, quien se lo pueda permitir que siga confinado, porque además tendrá mucha más ayuda, mucha más, del mundo exterior.

Convendría empezar ya, ¿qué nos hace pensar que en dos semanas estaremos mejor?

3 comentarios:

José María JURADO dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
José María JURADO dijo...

Hola, Carlos, los niños claro que están encantados, pero tienen una energía natural que deben desfogar, encerrados en pisos de 70m2 o menos -alguno sin luz natural- necesitan estirar las piernas tanto o más que los adultos, que sí salen.

No es mi caso, esto está siendo una isla paradisíaca, pero familias de tres o cuatro hijos, de edades pequeñas -a los amigos los niños no los echan de menos hasta que tienen más años- deben poder salir por higiene mental familiar.

No entro ya en los recién nacidos a los que no da el sol, etc. O en la necesidad natural de hacer ejercicio.

Los niños a cierta edad tienen una energía que supera a cualquiera y que después de tanto días de encierro hay que ir liberando, ya son cuarenta días.

A los perros no solo se les pasea para que hagan sus oficios, no hay que ver sino el ímpetu con el que salen, pues a los niños pequeños les sucede lo mismo, por eso existen los parques...

José María JURADO dijo...

Bueno es que nosotros siempre hemos sido unos niños muy especialitos.

Vosotros eráis y dos y jugabáis al ajedrez.

Pero mira los que son cinco y juegan al baloncesto.

 
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