En el día de hoy -ni desarmado ni cautivo el coronavirus y en el poder los rojos- han alcanzado todos los territorios nacionales sus primeros objetivos callejeros.
La pandemia no ha terminado.
Aún queda por romper contra las playas de España la nouvelle vague, pero en este "galdós de mayo" en el que hemos salido a la calle todos a una -fuenteovejuna- como en un nuevo levantamiento contra el francés, parece remota la posibilidad de esta segunda ola que todos los especialistas predicen (Fernando Simón incluido, lo cual si bien se mira es un hecho esperanzador).
En cualquier caso si el virus -que no se ha ido- vuelve, no podrá ser peor y, si no estamos del todo preparados, al menos somos menos vulnerables.
Convendría, no obstante, no bajar la guardia como le sucederá al Marqués de Caños pasado mañana. Para ello bastaría con que las celebraciones por el cese de las hostilidades víricas no sigan la estela de la conga de Jalisco que se montaron ayer en IFEMA autoridades y sanitarios.
Y es que tras cuarenta días de distanciamiento y profilaxis exitosa ayer se estrenó en Madrid, preludio del dos de mayo, la verbena de la pandemia que es como la de la Paloma, pero cambiando el mantón de Manila por la mascarilla. Que estén efusivos y contentos (y algunos de ellos pronto otra vez en el paro) yo lo comprendo, pero resultó poco ejemplar: más o menos como celebrar el encuentro anual de alcóholicos anónimos con una barra libre.
Alguien me apunta que -hasta la fecha, y son muchas fechas- ni el Presidente ni el Vicepresidente han visitado un hospital, una residencia o una morgue. No había querido yo entrar en la cuestión del luto, que cada uno lleva como puede aunque nosotros hemos puesto una bandera con crespón en la ventana, pero estas ausencias -que a lo mejor son tácticamente atribuibles a que la gestión hospitalaria pertenece a la Comunidad- no dejan de ser significativas: el olor a muerto se pega a la carrera política y esto lo saben muy bien Sánchez e Iglesias a quienes el tufo acompañará toda la vida.
(Los analistas internacionales dicen además que ningún líder pandémico pasará el corte como gobernante a la nueva normalidad, precisamente por esto, por la necesidad de ahuyentar la peste a peste).
Con esta ya son cincuenta las entradas de este journal. La "L " que encabeza este capítulo no es ya aviso de diariasta primerizo y conviene planificar la desescalada, aunque no hayamos subido, que sepamos, montaña alguna en estos días. Como decía, lo peor parece que ha pasado y yo creo que el calor se impondrá y hará que en unas semanas se diluyan fases, cuadros de mando y toda la verborrea nomenclatoria imposible de seguir.
La vida seguirá su curso, más o menos desconfinada como el café.
En agosto estaremos de nuevo en la normalidad vintage, en la normalidad de toda la vida, cada gato en su callejón y el Estado intentando estar en el de todos.
El virus está mutando -ha mutado- en crisis económica y habrá que ir dando fin a este diario para no convertirlo en unas nuevas uvas de la ira. Aunque todo apunta mal, hay que tener esperanza de que saldremos pronto, mal que bien hemos sobrevivido a este viaje sin brújula ni capitán y como decía alguien -todo puede ser siempre peor- los puentes y las autopistas no hay que reconstruirlos.
Además y esto es importante, aunque haya sido a la fuerza hemos aprendido a vivir con menos, y menos es más.
Son las doce de la noche y alguien está tirando cohetes, ahora serían los fuegos de la feria que señala su final. Como esa estela de luz y purpurina que sucede a su estallido y que lentamente se deshace en el horizonte, va llegando la hora de desvanecerse.
2 comentarios:
Creo que llegaré todavía hasta la fase 1.
Ahora toca el del hambre...
O quizá escribir unas pocas más y luego quitar las peores o las demasiado pegadas a la actualidad.
Publicar un comentario