viernes, 1 de mayo de 2020

Diario del Año de la Peste XLIX ("Habla, memoria")

¿Y cómo recordaremos, al volver la mirada, este tiempo nuestro de cenizas?

Como una travesía por el país de los sueños que hubiera encallado a la espera de vientos favorables en el mar de los sargazos, como una estancia remota en alguna montaña mágica donde el tiempo discurriera a la velocidad de los glaciares, como una temporada en el campo, en una mansión en ruinas en la que como nobles indolentes hubiéramos jugado a los disfraces, componiendo cuadros y recitando poemas, inspeccionando corredores y habitaciones secretas, contándonos historias del tiempo de la peste.

Sobre esa singladura mágica sin contornos definidos, -¿cuándo empezó, cuándo acabó todo?-, se agitarán los velámenes del dolor y la melancolía, pero apenas podremos discernirlos: a nuestra memoria acudirán los estragos de la plaga, la pesadilla noctívaga de la asfixia, pero también la dulce tristeza de quienes compartimos -como no lo habremos de hacer acaso nunca más- la intensidad de un tiempo más puro, más plenamente nuestro.

Saldremos, hemos salido, por las calles y plazas y entre besos y abrazos iremos enterrando poco a poco en el semillero de alma los días de la autarquía del corazón, cuando todo el país era un buque naufragado, pero que seguía navegando unido a la deriva, y era cada casa una balsa solitaria de una inmensa y preciosa constelación en busca de un puerto más seguro.

¿Y qué recordaremos, al volver la mirada, de este tiempo nuestro de cenizas?

Las niñas y Rocío en la azotea entre nubes que pasan camino del sur, los jacintos y las campánulas florecidas de añil, el incienso inestable sobre nuestro altar de cofradías, las lágrimas de la lluvia en San Pedro, los llantos de las madres de Wuhan, el rosal de Mañara que plantamos y que ya asoma una vara, las remotas campanas de la Giralda en la azotea de Ignacio, la extremeña guitarra de Pocholo por Sabina, las crónicas de Marta, el abrazo diario de Pepe, las imágenes espectrales de Toi, los poemas de Lorenzo en el huerto de los olivos, los comentarios puntiagudos de Santos, la copa en la la alta noche con Israel, las risas de la estirpe becqueriana del siglo XXI, la adarga antiviral de Don Quijote, el Louvre que nos abre galerías silenciosas, el ejemplo diario de Basilio y el evangelio diario de Pablo, los buenos días de Luis, el hilo telegráfico con el Virgen del Rocío de los hermanos García Díaz, la estela blanca de la ballena, los imposibles consejos de nuestro Fernando Simón, el congreso vacío, los aplausos, la música de Victoria temblando en los vitrales, las venturas y desventuras de Fede, el teléfono que avisa -otra vez- de otra pérdida (pero la muerte no es el final),  la Soledad de San Lorenzo como un barco a la deriva sobre la tempestad de una ciudad vacía, la cristalera virtual del Real Círculo donde tiemblan las imágenes digitales del canon de Sevilla, los envíos de Ángel  y Manolo (cofrades, a la calle), un hombre blanco en los tejados de una iglesia iluminada por Luis de Morales, la décima elegía de Rilke en Muzot ("que un día, al salir de este confinamiento..."), las angustias de 1649 y el marqués de la covidia, un cielo por el que pasan altos y lejanos pangolines de China como rosas de fuego.

Pero nada de esto se perderá al cruzar la puerta de Tanhäuser del desconfinamiento. 

Enraizado en el cofre del corazón esta será la brújula -o el GPS que dicen que nos falta-, para derrocar a la nueva normalidad e imponer, por la alegría y la memoria, la nueva ley universal del amor. 

La imagen puede contener: planta, flor, naturaleza y exterior
La noche en el balcón

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