Cuando tenía siete años y vivía en Aracena solo veía a mi padre los fines de semana, no había teléfono, ni en nuestra casa en el pueblo ni en la de Cáceres así que para hablar con él había que llamarlo desde la única cabina que había a la oficina.
Me acuerdo -había visto alguna película de Fumanchú- acercándome a la cabina sin monedas para hablar con el por telepatía, como en film.
¿Quién nos iba a decir entonces que años después y mensajería instantánea mediante podríamos tele departir con cualquiera y cualquier lugar del mundo?
A mí este me ha parecido el cambio más radical en las dos últimas décadas: no el móvil, ni las redes sociales sino el whasapp y derivados que mantienen en contacto telepático al universo.
El servició explosionó el 2015, justo cuando murió mi padre, que no llegó a usarlo y que no creo que -dado el caso- le hubiera parecido demasiado bien el uso intensivo que de él hacemos mi madre y mis hermanos, aunque lo hubiera usado seguro porque siempre estaba en la vanguardia tecnológica.
La realidad sin embargo es que no nos ha hecho falta, pues desde aquel catorce de abril de 2015 yo hablo, ahora ya sin necesidad de acercarme a una cabina, tener batería en el móvil o manejar un teclado, todos los días con él.
La telepatía existe y no es el wsp, está por encima del tiempo y del espacio.
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