domingo, 28 de marzo de 2021

Soledad dame la mano

En su libro de 1954, “SEMANA SANTA EN SEVILLA. Facetas cofradieras” describía así mi abuelo Miguel García Posada -no confundir con su hijo, mi tío Miguel García-Posada Huelva, crítico literario de EL PAÍS y el ABC- la Semana Santa de 1933, en la que las disputas políticas impidieron la celebración de los desfiles procesionales:

"no fueron los días de aquella Semana Santa unas simples fechas en el calendario. Se vivió en un ambiente de religiosidad extraordinario; las hermandades rivalizaron en el esplendor de sus cultos dentro de las iglesias; recordamos, por ejemplo, que en la capilla del Cachorro no se cabía materialmente y hubo de sacarse el púlpito casi a la misma puerta de la calle que estaba ocupada por una masa humana hasta la acera de enfrente, en cuyo lugar estábamos nosotros y desde allí asistimos, a los devotos ejercicios que se hicieron. Particularmente el Jueves Santo tuvo en su tarde momentos de verdadera tensión emotiva. A cada instante parecía que íbamos a encontrarnos los grupos de las muchachas que con la clásica mantilla de blondas fuesen a visitar los Sagrarios; de cualquier esquina hubieran podido surgir unos nazarenos sin que nadie se hubiese extrañado: tal era el ambiente cofradiero de aquel día. Y con la pena de no haber hecho la estación, pero con la esperanza de que una mejor situación nacional hiciera posible el desfile el año próximo ,escucharon los cofrades el jubiloso repique del Sábado de Gloria. “

Salvando las distancias, una pandemia frente a los prolegómenos de una contienda civil, pero una situación extraordinaria en cualquier caso, se evidencia nuevamente que, salvo el insólito encierro del año pasado, no hay nada nuevo bajo el  sol y que ya antes, (también en el 32 en que salió solo “La Estrella”) ha vivido la ciudad la contradicción entre una primavera radiante y la frustración de no poder vivir en plenitud los días del gozo.

Ahora no se podrá, por razones obvias, y se habrá de evitar, sea como sea, la formación de “masas humanas” o de “llenos de la iglesia” (ahí estarán los hombres de Harrison Espadas para evitarlo clausurando templos...ay), pero será o habrá de ser el mismo el fervor y la intensidad de la vivencia.

Las calles estarán vacías de imágenes, ausentes de nazarenos, pero las calles de Sevilla son los renglones por los que las hermandades han ido escribiendo con tinta de cera la historia de la ciudad, tanto es así que pareciera que su arquitectura se acomodara al paso de los de pasos y viceversa: el ancho áureo de los palios sigue la razón de amor de las rejas, los balcones, los naranjos, las distancias.

Esa escritura está ahí, en las calles está esa historia invisible e indeleble que podemos ir a leer. Pasear por la ciudad no será un ejercicio de nostalgia sino la necesaria celebración de la esperanza, en esta semana vacía sonarán los tambores silenciosos de la memoria, las saetas mudas de la fe, el adormecido transitar de las imágenes de Dios por el corazón.

En cada balcón “estará puesta”, la tendida mano del crucificado y la golondrina becqueriana que le arrancará el clavo, en cada esquina los varales transparentes de un paso de palio se mecerán al son de un sol y un cielo que son y serán el de siempre.

Jerusalén aguarda.

Pasa, Soledad, dame la mano, llévame en la onda de tu silencio inerme, condúceme por los senderos queridos de la gloria.

Vuelven, vuelven, vuelven los ramos, las hojas de palmera a proclamar el jubiloso hosana de un único domingo, de esta mañana de reyes de la ciudad que celebra la navidad en primavera.

Por el río, por la tierra, por el cielo y por el mar, que es el morir, es otra vez Semana Santa en Sevilla.






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