lunes, 3 de mayo de 2021

Hasta aquí llegó el agua

Uno no comprende cómo puede nacer el río Tajo de las angostas fuentes de Albarracín hasta que alguien se deja abierto un pequeño grifo en casa.
Primero fue un murmullo cristalino, casi vivaldiano, que todavía arrullaba nuestra duermevela, luego un gorgoteo, un borborigmo misterioso que parecía proceder del cuarto de baño; cuando al fin me incorporé del sueño, movido por el sonoroso murmullo de una catarata, ya teníamos el Gran Canal en el pasillo.
Estoy pasando la noche en vela achicando agua como si no hubiera un mañana para que no se hunda esta casa como un nuevo Titanic suburbano.
Yo creo que esto ha sucedido en homenaje a las viejas riadas del Guadalquivir, que no discurre lejos de estos predios tan próximos al Puerto de Sevilla. El salón parecía la Alameda de Hércules como se la ve en las fotos, surcada de barcazas y carromatos flotantes.
Hay que tener pensamientos positivos, me digo, mientras echo mano a cualquier trapo o toalla que pueda contener esta hemorragia hidráulica; pero en el jarrón un ramo de claveles reventones del día de la madre me recuerda la tristísima "Operación Clavel", organizada por Bobby Deglané para paliar los desastres de la riada del Tamarguillo en 1961 y que acabó en tragedia aeronáutica con más de veinte muertos. Hay que ser positivos...
Con el semblante nublado por tan oscuros presagios voy recorriendo el pasillo sobre la góndola lúgubre que todos los poetas guardamos en el trastero para hacer frente a estas "marcas de agua". Después de todo, ¿no son nuestras vidas sino los ríos que van a dar a la mar que es el morir?
Pero pasan las horas y, como no hay sol que se beba los arroyos del hielo desatados, no veo la manera de salir a flote. Me siento como el aprendiz de brujo, zarandeado por las aguas, a la espera del conjuro que dicte su descenso.
Ahora mismo, mientras escribo estas líneas, todavía parece la casa el Delta del Ebro, ¡qué digo del Ebro! ¡El del Nilo! Y flotan cachivaches y bibelots arqueológicos, libros de la biblioteca de Alejandría. El infinito en un junco. Y qué bien me vendría a mí ahora un junco como los que navegan por el mar pirata de la China para huir a Singapur y empezar una nueva vida, lejos de este desastre.
Después de la pandemia creíamos que estábamos hechos a todo, pero he aquí que poco tiene de realidad virtual esta experiencia que, sin necesidad de Netflix, nos ha traído a casa las escenas de la ríada de Biescas o la del Huracán Katrina. Y esto es otra vez Nueva Orleáns o la Luisiana, mientras el agua prosigue dibujando meandros hacia todas las habitaciones como un nuevo Misisipí.
Como todo es susceptible de empeorar los vecinos del piso de abajo han dado ya a la alerta porque tienen las cataratas del Niágara en su alcoba. A mí solo se me ocurre decirles que disfruten de las vistas como dos recién casados.
La inseguridad con la que doy parte al seguro, ocultando, claro está, el detalle abierto del grifo está terminando de crisparme los nervios. No sé si encomendarme a la virgen del Carmen, patrona de los marineros, o a San Juan Nepomuceno, patrón de la Infantería de Marina.
Y seguimos achicando, como en las películas de catástrofes...
Confío en que al amanecer las aguas hayan vuelto a su cauce, aunque no las tengo todas conmigo: cabe la funesta posibilidad de que acabemos engullidos por este Maelstrom doméstico o por la propia Moby Dick que por allí resopla.

Esto es lo malo de que la literatura se mezcle con la vida, que no sabe uno cuándo cerrar el grifo de la imaginación.

O el grifo de la realidad.





No hay comentarios:

 
/* Use this with templates/template-twocol.html */