domingo, 9 de mayo de 2021

Notas para la lectura de poesía

¿Cuánta gran poesía, cuánta verdaderamente buena poesía dejamos a veces escapar por no encontrar el momento adecuado para su lectura?

Y en cambio, ¿a cuánta verdaderamente poesía prescindible prestamos atención por su supuesta facilidad que, en la mayoría de los casos, es síntoma de su debilidad?
Yo ya había sido lector de Wallace Stevens, e incluso le dediqué un homenaje y una glosa al "emperador de los helados".
MEDITACIÓN EN TIEMPO DE CRISIS
(Homenaje Wallace Stevens)
La vibración
del sábado:
los moluscos viscosos
desperezándo-
se en el mercado de abastos,
el césped rubio,
los palos
de golf rutilantes
y el tenis pálido.
La mañana de plástico
y mentira magnética,
los esclavos
felices, comprando,
eternamente comprando,
sino yo, triste, cuitado
leyendo a Wallace Stevens
y el único emperador
es el emperador de los helados.
Pero no había profundizado más.
Sí, había leído las "Auroras de Otoño" o sus aforismos ("Adagia") y las apreciaciones críticas de Harold Bloom que, no sé, me parecían quizá exageradas. La realidad no parecía acorde a la expectativa suscitada por el gran crítico.
Acaso fría, acaso hermética, acaso mal traducida, no lograba ni avanzar ni profundizar en su lectura.
Hace unos meses me hice con este libro de la EDITORIAL "Reino de Redonda", de Javier Marías que tan magníficas e impagables propuestas nos viene haciendo desde hace años.
Llamó mi atención porque la traducción era suya y la introducción de mi admiradísimo Jose Carlos Llop.
Pero nuevamente me costó entrar en su mundo visionario y alegórico, de conceptos y destrucción de conceptos, de despersonalización e irrealidad, de dorado lenguaje.
Y hoy, con la misma claridad de la inspiración poética, me lo he llevado a la calle y una vez empecé a leerlo, sentado en una terraza, no pude levantar la cabeza.
He estado tres horas enfrascado en su lectura, la traducción es muy buena, pero hay que leerlo en inglés.
Mucho habría que decir y probablemente alguna vez lo díga, pero ahora solo quiero llamar la atención sobre el hecho de cómo la lectura de poesía puede depender a veces de factores que no controlamos, un buen sueño, un inexplicable momento de descanso o lucidez en el tráfago de los días.
Y no nos ha de extrañar, valga como corolario de bajísimo nivel, que en ocasiones no hagan caso de nuestros libros, cuando nosotros mismos no somos a veces capaces de acceder a los de otros, incluso de los que consideramos verdaderamente grandes.
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