La belleza telúrica, la magnetización del corazón en el Peine del Viento de Chillida, es sobrecogedora.
Hay algo cósmico, el horror cósmico de Lovecraft, en estos vestigios humanos que acaso persistan cuando la especie humana se haya extinguido.
Dan noticia extraña de un mundo en eterno movimiento desde su activa quietud.
No existen palabras, su concepto es anterior al lenguaje simbólico, para expresar la inquietud y la paz simultánea que promueven estos huesos de hierros oxidados combatidos por la espuma.
Aquí se hace preciso acudir a la poesía del silencio de Valente o la metafísica existencial de Heidegger, que llegó a escribir sobre la escultura del vasco.
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