sábado, 4 de junio de 2022

La metamorfosis ilustrada


No sé de qué oscuro chiquero surgió la cucaracha, pero sí que era de Miura, pasada de kilos y con la característica capa colorada, que impone más que la negra zahína. Rápidamente pasó del callejón de toriles al centro del ruedo de la biblioteca provocando a su paso espanto y aprensión.

Sobre la marcha decidí hacerme discípulo de William James e imbuido de pragmatismo empirista opté por cerrar la puerta y negar la evidencia de los hechos, pues la verdad es ilusoria, depende de los sentidos y ojos que no ven, cucaracha que no existe.

Sentados a la cena mi familia me miraba poco convencida de la estrategia.

Argüía yo que a las avestruces no les va "ni tan mal", como se dice ahora, que algún día la cucaracha volvería -por la secreta escala disfrazada- a su cuchitril (cucarachitril) sin que nosotros la viéramos y que todo lo más, moriría de inanición, porque todo el mundo sabe que esos bichos no se alimentan de poesía.

Aquí maldije que mis hijas estén haciendo sus primeros pinitos poéticos pues me recordaron el verso de Cernuda: "si fuera (el mundo) sólo una cucaracha, y aplastarla"Contra la evidencia lírica opuse el escaso ecologismo del amargo vate y el franciscano cántico de las criaturas que no excluye ninguna bestia, por artrópoda y pequeña (pero gorda) que sea.

Pero las noté menos convencidas que a mí mismo en mi papel de ontomológico padre de familia.

-¿Y cuándo podremos volver a entrar en la biblioteca?

-¿Y qué necesidad hay si ahora cabe toda en un kindle?

Ante la debilidad de mis silogismos no me quedó más que heteropatriarcalmente asumir mi posición y entrar en la habitación armado de mi capote y mi zapatilla. La escena no difería por otra parte de la de cualquier película de terror donde el monstruo, agazapado, evoluciona sigiloso aguardando el momento de asestar su golpe y yo desde luego tampoco estaba por la labor de ser el Roca Rey de la cucarachil torería.

Por fin me pareció verla manseando en tablas, es decir por las estanterías, y no creerías la única parte de este relato que es más verdadera que las demás pues que la pobre (pero gorda) criatura había dado con sus élitros en "La metaforfosis" de Kafka.

Inventarlo es más difícil que vivirlo, sobre todo cuando has de decidir -en un segundo- si de verdad es necesario coronar la portada del vetusto ejemplar con la roja insignia (que luego no es roja y es mejor seguir ignorando el color concreto) del valor insectívoro aplastado.

Pero saqué al Cernuda que todos llevamos dentro y no hubo piedad.

Pobre Franz.




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