He hojeado -quién me mandaría- el libro del presidente y no me repongo de mi ataque de vergüenza ajena.
El libro cumple el propósito para el que se ha creado: dotar de argumentario y consignas a quienes, honestamente o no, precisan defender la gestión de PSNCHZ, ya sea por fidelidad religiosa o por convencimiento sincero, ya sea por ignorancia o por interés.
Ni siquiera incurriré (artefacto literario mientras incurro) en la comparación con el "Libro Rojo de Mao" o con las publicaciones propiciadas por los veinticinco años de paz (de victoria querían decir) franquistas, aunque comparta con ambas la purpurina de la propaganda.
No es ya el anhelo mágico de consignar en papel una verdad histórica y ser, como Nerón, hagiógrafo de sí mismo (ni siquiera firma Irene Lozano en los créditos, ¡faltaría más!).
No. Es la seguridad, la convicción, el aplomo con el que afirma todo lo que dice de sí y de su gestión. Este hombre no duda. Es decir, no piensa.
La determinación con la que dice las cosas es propia de los líderes de nuestro tiempo: no se sigue a quien predica la razón, sino la acción, en tanto en cuanto libera al rebaño del ejercicio de ponderar o meditar.
Así, y como supuso Platón, en ninguna de nuestras instituciones hay sabios, sino sátrapas y ególatras, embaucadores de la buena fe.
La suerte los bendice por un tiempo, sobre todo porque son sordos a la crítica y la fortuna es ciega, pero irremediablemente el destino, por una cuestión de probabilidad, se habrá de poner en contra.
Quienes lo hayan acompañado hasta ese búnker, cuyo camino es una escombrera plagada de cadáveres políticos en la cuneta, solicitarán explicaciones (tampoco muchas, no nos hagamos ilusiones, solo un lacónico "qué va a ser ahora de lo mío") y ahí, ya lo ha hecho cada vez que se ha visto próximo a la derrota, se victimizará como narciso tronchado a lo robespierre.
El mal de este tiempo es la dejación de funciones. De funciones morales e intelectuales. Nos gobiernan estos personajes por la misma razón que los administradores de fincas llevan nuestros hogares o el sindicato de estudiantes lo lideran señores de más de cincuenta años.
No hay nadie.
Ni ganas de hacer nada, todo lo más poner una queja en twitter.
Y no es ya solo que el presidente de la comunidad se mire en un espejo tocando la lira mientras nos desahucian, es que él mismo es el espejo que refleja lo que somos.
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