Redimido por el más genial de los discípulos posibles, Jorge Luis Borges, a Rafael Cansinos Assens (1882-1964) corresponde, sin duda, un lugar entre los grandes escritores de nuestra literatura.
Es ingente lo que le debemos como traductor, pero doblemente ingente lo que debemos a su tarea como memorialista.
Han aparecido y seguirán apareciendo inéditos, el más reciente "Los diarios de posguerra, Madrid. 1943" que todavía no he leído y de quien Andrés Trapiello ha dicho:
"Es el autor que mejor ha contado aquellos años, aquel Madrid. La guerra la perdieron unos y la ganaron otros. Pero la posguerra, esa que nadie ha contado como la cuenta Cansinos, la perdieron todos."
Fue realmente una pena que la fundación ARCA (Fundación-Archivo Rafael Cansinos Assens) que acoge su legado al frente de la cual está su hijo Rafael Manuel Cansinos (n.1958) no llegara a tener el compromiso institucional que en su día pactó con el ayuntamiento de Sevilla. La trajo Monteisirín con campanillas para desentenderse (la cultura espectáculo de la izquierda no casa con la literatura), y luego la cerró con displicencia Zoido (cuando la derecha se asemeja a su peor caricatura).
ARCA, por cierto, y bajo su propio sello, ha empezado a editar revisada las traducciones de Shakespeare y Goethe que he tenido oportunidad de hojear, con estudios jugosísimos.
Entre los primeros inéditos que publicó ARCA figura esta interesantísima "Bohemia" de 2002. Durante más de veinte años ha dormido en la biblioteca el sueño de los justos (pero no se me olvida el interés con que me hice con ella) porque los libros guardan siempre el momento inesperado para echarse a los ojos y de ahí que la conformación de una biblioteca guarde más vínculo con la pugna entre realidad y deseo que con la práctica ejecutoria de la lectura.
En "Bohemia" encontramos desarrollada en forma de novela las anotaciones que, como diario, figuran en "La novela de un literato", sobre el año 1900.
Ha tenido que escuchar uno en alguna ocasión que "Las máscaras del héroe" (que estoy leyendo también estos días bohemios) es la novela que Cansinos solo intuyó o que no pudo escribir Umbral. A mí me parece que la hipertrófica novela, entre la escatología y la pornografía, más cerca de Bataille que de Quevedo o Valle, no aporta un verdadero conocimiento de la bohemia madrileña anterior a la guerra, sino que esta es usada como pretexto para dar rienda suelta a un mundo turbio y desasosegante que no me complace como lector.
Conocíamos en profundidad ese mundo gracias a "Luces de Bohemia", porque ese espejo deformante sí nos daba la verdad literaria, no la acrobacia estilística, aunque, Valle, como esperpento, no se ajustara tampoco a la fidelidad de los hechos.
En esta novela de Rafael Cansinos sí está esa fidelidad, sin necesidad de purgarse uno el espíritu con una colación de naftalina y matarratas mezclada con vitriolo como en "Las máscaras...", asistimos a las verdaderas tribulaciones del "artista adolescente" y su deambular del anarquismo al modernismo, hasta caer en las garras de Villaespesa.
La vida en el hogar del joven Cansinos, ese piso modesto del novecientos donde convivía con sus hermanas y sus padrinos -esto es biografía novelada-, se nos muestra plena de realidad galdosiana. Cansinos levanta la tapa de la maquinaria social de una familia corta de recursos recién mudada desde Sevilla y sometida a los avatares de una cotidianidad ramplona, con la que chocan las ilusiones todavía no perdidas del literato en ciernes.
Comparece aquí la bohemia literaria de Madrid con la eficacia de una máquina del tiempo. Así, por ejemplo, nos cruzamos con los hermanos Machado como quien se topa con alguien a la entrada o salida de un café cargado de humo y soledades.
El mundo de las redacciones de los periódicos de segunda fila, de los conciábulos y cenáculos literarios, de los lupanares a media luz, se nos muestra casi con realidad costumbrista, pero tamizados por la escritura de Cansinos, que no incurre en el egotismo desaforado de "Las Máscaras..." ni en la melancolía álgida de los nostálgicos.
Publicada además varios años después, la novela de Cansinos nos ofrece la imagen más viva y emocionante de Alejandro Sawa: ahora comprendemos porque Valle lo inmortalizó, porque era necesaria salvar esa personalidad leonina y atrabiliaria, transverberada de Hugo y de Verlaine.
Termino recordando los dos versos finales "del soneto que Borges escribiera a su maestro:
"Acompáñeme siempre su memoria;
las otras cosas las dirá la gloria."
A mí me acompañará siempre la lectura de esta "Bohemia" que me ha devuelto al Madrid postbecqueriano, zarzuelero y decadente, al que estaba a punto de llegar Juan Ramón Jiménez.
Y me parece que, pero mil ojos tiene la larga noche de la literatura, que las otras cosas las dirá -las está diciendo ya- la gloria.
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