De las hamletianas fotografías que el hijo de Rey ha publicado del Rey de Mérida me impresiona menos la cantidad de preceptos morales y legales vulnerados en una sola escena con tan pocos elementos (el diablo escribe haikus), como su carácter genuinamente de época y sentimental y sintéticamente español.
Yo creo que son esos ladrillos vidriados del desarrollismo que crecían desde los barrios obreros, con algo menos de barniz, a los grandes chalés de la Moraleja.
Es acaso quizá la camisa a rayas del monarca, entre Jesús Gil y Verano Azul, con un si es no es de Julio Iglesias y Corte Inglés al fondo que llevaban entonces todos los hombres de España.
Quizá sea que la de más bárbara apariencia va "tocada" con ese estilo semi-farwest de peli de Fernando Esteso y Pajares con escote de saloon. Es, digamos, la parte cultural, la cosa cinematográfica ochentera.
Si nos dijeran que se trata de un anuncio de Tang, de Frigo o de Danone, ¿quién podría negarlo?
-Hijo, deja ya la cámara.
-Pero si no hay casera nos vamos.
Es muy triste comprobar, como en una cápsula del tiempo, la imagen de Hola o Lecturas amarillento que tuvo la transición, que al cabo lo fue más de costumbres que política o que quizá, como esta foto apostilla, requirió ese cambio de costumbres para que no se removiera el "polvo" de las esquinas, mientras la ETA y las autonomías iban construyendo lo suyo, o sea lo de todos.
Vista ahora, sin el glamour que hubiéramos debido suponer a esa vida de reyes, la imagen es tan triste y casposa como los cachitos de yerro y plomo con imágenes de "300 millones" o "Estudio Abierto".
Se echa en falta, me parece, porque la lámpara es perfecta, que en el cuadro hubiera una imagen de Naranjito.
Todo tiene el aire del padre de familia atolondrado que antes de volver a casa alquilará en el videoclub Emmanuelle -que vuelve- y Chitty-Chitty-Bang-Bang para los críos.
Radiografía triste de época, da la impresión de que a los protagonistas, desde el que iba a EGB al que sancionaba las leyes se les estuvieran calentando las mirindas en el porche, porque de esto va la foto y no de porsches o lamborghinis.
Fotomatón de las autonomías, tiene el mismo color, la misma textura, que el vídeo de la cogida de Paquirri de cuya muerte hoy se cumplen cuarenta años. Si la Pantoja, viuda vicaria de la semana, logró en los tribunales hacer prevalecer su derecho al honor, lo mismo se debería hacer con estas imágenes cuyo destino es, me temo, el de los libros de historia, al lado del tricornio de Tejero, escena a la que está metafísicamente unida.
Nuestro tiempo puchimónico y sanchista también está dejando una larga colección de monsters high que dará escalofrío contemplar el año que viene, como ya da miedo Fernando Simón, ese Frankenstein tan poco ibérico.
Y que no se sorprenda nadie: no tenía uno uso de razón y en las galas de Nochevieja ya escuchaba a los cuñados, mientras evolucionaba la danza de la vedette sin talento ni falta que le hacía, la razón que explicaba esas contrataciones junto a la empanadilla de Móstoles.
Pero entonces parecía normal porque quien más quien menos estrenaba querida, cargo, partido, piscina o diputación, y España resplandecía de orgullo y satisfacción.
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