Este libro es una joya.
En poco más de 150 páginas, más otras treinta de notas breves que acreditan el rigor de lo afirmado, Carlo Rovelli, especialista en gravedad cuántica y acaso poeta (para mí no hay duda), expone con rigor, agilidad y elegancia literaria, qué sabemos y qué ignoramos de lo que erróneamente creemos una magnitud física: el tiempo.
Como libro de divulgación científica no tiene precio, quizá algún razonamiento puede hacerse arduo al lector neófito, pero la credulidad del lector puede asumir los presupuestos y conclusiones que siempre, y eso es lo más bello, están ilustrados por versos de Rilke o de Horacio, incardinado todo en la historia de la cultura que es la historia del tiempo, desde el Magdaleniense de Proust a la danza múltiple y destructora de Shiva.
El tiempo no existe, no es espoiler. Esta no es la conclusión del libro sino el primer presupuesto de su tesis. Cosa admitida por la ciencia y la experiencia, no existe un tiempo común, sino un tiempo relativo. Nadie dice ahora en el mismo instante. La luz del confín del universo es coetánea a nuestro horizonte de sucesos.
El tiempo, en todo caso, "acontece", "sucede", en la pequeña escala, como la gravedad o el campo eléctrico.
Y acontece o sucede como consecuencia de un proceso, puesto en marcha con el Big-Bang, de aumento creciente de la entropía del cosmos.
Inmersos en esa entropía los humanos, los seres vivos, percibimos el tiempo como la degradación de este orden, como la conversión de la energía en el tic-tac de la pila, o la tersura de la piel en el pellejo de la vejez.
Visto así la concepción agustiniana y eliotiana de que todo el tiempo es presente adquiere otra dimensión, como adquiere otra dimensión el hecho biológico de la muerte. No es que todo sea presente, es que nosotros mismos, humanos, somos el tiempo...
"Un precioso milagro que el juego infinito de las combinaciones ha abierto para nosotros, permitiéndonos ser".
El libro es de una gran belleza, mental y espirítual, lírica y ética.
Como libro de razón, ilumina también la fe de que no trata.
Como complemento cronométrico a mis lecturas de Proust me ha venido como Magdalena al té.
Todavía están a tiempo.
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