domingo, 14 de septiembre de 2008

Bibelots

Un hipopótamo de Malaquita verde, undoso
y frío, como un verso de Rubén, que
me procura una alegría modernista.

Una figurilla de plomo del Emperador,
de cuando estuvimos con él, pólvora
y cañones, bajo el sol de Austerlitz.

Un Corán comprado en la Medina
de Tetuán, una noche que fueron mil
y una, bajo el toldo estrellado del Oriente.


El León de San Marcos, bronce verde
sobre el negro canal de la memoria,
señalándome el Cielo.

Una tropa de vikingos mellados
que hacen guardia conmigo desde
que cumplí seis años.

Un cristal de amatista, un cubo de
pirita y una estalactita del Centro
de la Tierra.

El busto de Beethoven, grave,
escuchando los sonidos interiores
del tiempo.

Una moneda soviética que me
regaló Ana Ajmatova con un verso
escrito a su través.

Algunas carabelas y veleros con la
proa rumbo a los mares del sueño
y los mares del sur.

Un globo terráqueo, azul, que ya
no gira, atenazado por los sargazos
y surcado por aves migratorias.

Algunos dinosaurios que asoman su cabeza
por detrás de los libros y que estaban ahí,
antes de Monterroso.

Un trilobites del fondo de los mares ¿qué
cataclismos dieron su lisa textura de
superviviente geológico?

Una Maestranza de cerámica para recordarme
que en esta ciudad hay un palacio que me
aguarda todas las primaveras.

Un nazareno de barro, lo que quedará
de mí.

Bibelots, figurillas, alambradas de los libros,
pecios de la vida que alguien, algún día,
meterá en una caja, como nuestras cenizas,
y seguirán dando tumbos por el mundo.

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