sábado, 13 de septiembre de 2008

Las dos alas del poeta

Se está conmemorando el centenario del nacimiento de Cesare Pavese (1908-1950), pero de Pavese habría que conmemorar su muerte tan trágica, tan agónica, tan coherente con la angustia existencial que lo aplastó toda su vida.

A los 27 años fue condenado al exilio en Calabria por hallarse en posesión de cartas de las que no era el destinatario. Nunca delató a la “mujer de la voz ronca”, a la activa militante comunista de la que estaba enamorado y a quien encontró casada cuando cumplió su pena de tres años.

Fue la primera traición moral que recibió de la vida.

Durante la Segunda Guerra Mundial no intervino, por asmático, y su “mala conciencia” lo hizo afiliarse al Partido Comunista Italiano.

Era, otra vez, una postura moral que el tiempo ha demostrado equivocada, aunque esta es otra historia.

Lo que importa es la coherencia de Pavese a quien la náusea de la existencia le fue haciendo imposible la vida, mientras traducía a los mejores escritores norteamericanos del siglo y escribía “El Bello Verano”.

En la desesperación de su final (que para tantos otros escritores sólo ha sido una rentable pose) antes de la noche del suicidio, de la agonía de los somníferos, Pavese escribió el estremecedor poema que empieza

Verrà la morte e avrà i tuoi occhi

(Vendrá la muerte y tendrá tus ojos)


Este verso, aislado, no se puede leer sin sentir un desgarro súbito en el alma.

El verdadero poeta descubre en las palabras la emoción y el sonido que ya están enterrados en el corazón de la especie y cuando alzan el canto producen un temblor, un fuego repentino, una llama deslumbrante que ahoga el resto de ecos, de fuegos fatuos, de falsas luminarias. Es un resplandor que anuncia lo que ya existía, lo que ya se conocía, pero no se había “dicho”.

Muchos son los llamados y muy pocos los escogidos; como se decía en el Imperio: cada año se eligen dos cónsules pero cada generación sólo nace un poeta.

Quiero hablar de otro poeta verdadero, de la misma generación, que también destruyó su vida, en este caso por alcoholismo: Dylan Thomas (1914-1953) murió a los 39 años víctima de un derrame cerebral consecuencia de sus excesos etílicos. Como Pavese tampoco participó en la Guerra que partió por la mitad el siglo y la historia, se alistó voluntario, pero no fue admitido por problemas de salud y, desde la radio, su voz tonante clamó, por la poesía.

La poesía de Dylan Thomas convoca una épica de imágenes, de símbolos a veces surrealistas que son, al tiempo, un himno celebratorio de la vida que iba apurando vaso a vaso por el “don de la ebriedad”. No erraríamos al colocar su obra en paralelo a la del llorado Claudio Rodríguez.

Porque su canto no es trágico, hay en su poesía una belleza de extrañas imágenes siempre vestidas de esperanza y luz, a él pertenece este verso que tampoco puede leerse sin sentir un súbito desgarro:


And death shall have no dominion.
(Y la muerte no tendrá señorío)



Frente al cuchillo helado de Pavese, aquí, sin embargo, no triunfa la guadaña. Hay una letanía que declara nuestra pervivencia.

Al poeta siempre lo acompaña la muerte, como a todos los hombres, pero de forma más intensa, porque la muerte es el único tema de la poesía, el resumen del tiempo, de la belleza, del amor.

Los dos versos transcritos, tan sencillos y tan contundentes, son las dos alas del poeta, la que asciende y la que hunde. Esta es la grandeza de la palabra, por más que se haya dicho de la muerte en 30 siglos, todavía había qué decir, en dos versos sencillos, del gran misterio humano.

El escritor clásico que fue Pavese y el excéntrico Dylan cayeron fulminados por el rayo de su demonio, pero, como poetas verdaderos, con estos dos versos, con estas dos gigantes alas nos salvan a todos.

Ya lo avisaba Baudelaire:

El poeta es semejante al señor de las nubes
que vive en la tormenta y se ríe del arquero;
exiliado en el suelo, abucheado por todos,
sus alas de gigante le impiden caminar.

Mejor no ser poeta, pero que nunca falte la Poesía.

El ala fúnebre de Cesare Pavese, el ala ebria de Dylan Thomas.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Como es natural me ha gustado mucho esta entrada. Comocía el magnífico poema de Dylan Thomas, que sin duda justifica una obra entera. Es fascinante. Se ha hablado de su relación con Claudio, se han comentado las semejanzas en la escritura algo irracional, pero que yo conozca no se ha trabajado todavía nada serio y minucioso sobre el tema. Claudio lo conocía casi seguro.
Del poema de Pavese no tenía noticia, así que lo buscaré porque el verso (que sí me sonaba, supongo que porque era inevitable que se dijera) es genial.
Es reconfortante entre tanta medianía e incertidumbre encontrar cosas tan claras (por buenas) en la poesía.
Por otra parte, estoy contigo en lo de la muerte como tema capital. Afirmación que necesita infinitas matizaciones y ninguna. A mi me tiene casi siempre preso, porque como dices, sino es directamente, indirectamente (tan solo por celebrar la vida)ya está presente.
pdta: he leído tb las otras entradas y me han gustado, pero no quiero hacer comentarios en cada una porque me pongo pesado
Un abrazo, Alberto.

José María JURADO dijo...

Gracias, Alberto, el experto en Claudio Rodríguez eres tú.

Antonio Rivero Taravillo dijo...

Acabo de descubrir este otro blog, José María, y naturalmente lo enlazo. Enhorabuena. Una traducción alternativa y más eufónica del terrible verso de Thomas: Y no tendrá la muerte señorío.

José María JURADO dijo...

La verdad es que está mucho mejor, con su acento en sexta, no la cambio en el texto para que que quede constancia de tu acierto.¡Qué casualidad otra vez! En la próxima entrada que colgaré en un rato cito la traducción del viaje a Bizancio que pusiste en tu blog.

Gracias.

Antonio Rivero Taravillo dijo...

Pues muy honrado de que me cites. Y hablando de casualidades: estos días le estoy dando un buen empujón a la Poesía Completa de Yeats. Creo que no va a quedar mal. Un abrazo.

 
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