Estoy en un serio apuro: en los próximos días
caduca mi licencia para manejar armas. Con ella
patrullaba con aplomo los barrios más oscuros,
cabalgaba sereno y sin preocupaciones. Tuve que
luchar mucho para conseguirla, cientos de horas
de práctica y estudio, exámenes, papeleo, diversas
burocracias. Pero no se puede salir a las calles sin
un arma en estos días si se quiere llegar vivo a
casa o al trabajo. No son baratas las armas, tienen
daños colaterales, mueren muchos por su culpa,
las hay muy lujosas y otras más modestas, aunque
igualmente mortíferas. La mía es de una potencia
reducida, pero infalible. Tuve que pagarla a plazos,
porque la quería nueva. La compré en un garito
dedicado a la cosa en un destartalado polígono
industrial. Antes me propusieron otros negocios
turbios, traspasos de otras armas, famosas por
sus lances, pero con el alma mellada, marcadas
por la pasma. Cerramos el trato y, solo ante el
peligro, mi valor no fue menor que la urgencia de
estrenarla, raudo y veloz, disparado, salí a pasear
con ella, sintiéndome seguro. Pero ahora mi licencia
va a caducar y estoy a expensas de la policía
que me puede emplumar cuando ella quiera, aún así,
sigo arriesgándome. Lo tengo que arreglar, dicen que
sólo es un poco más de papeleo, una firma en un
certificado médico que expiden al instante,
una póliza, dos fotografías y unas horas de cola
en la Dirección General de Tráfico. Me sorprende que
costase tanto conseguirla y tan poco renovarla.
En los próximos días me caduca el carné de conducir.
jueves, 4 de septiembre de 2008
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