En las Metamorfosis de Ovidio no se describe una
transformación más prodigiosa y repentina que la
del grano de maíz vuelto en súbita y áerea palomita.
Pienso en el indio que sobre la piedra de obsidiana,
bajo el fuego talar de los volcanes vio convertirse el maíz
en blanca espuma y me quedo tan ancho, según lo digo,
como lo harían Octavio Paz o Pablo Neruda, a quienes
iba remedando en la frase según perdía el hilo.
No perdamos el hilo.
El consumo de maiz explotado en cantidades industriales
nos aleja del milagro, su brillo de grasa americana, su sal
enharinada, les restan popularidad pública, nunca privada.
Las personas felices comemos muchas palomitas. Antes de
que alguien dé aviso de mi alienación añadiré que las
personas felices también bebemos mucha coca-cola.
Coca-cola y palomitas eran, hasta el lunes pasado, los únicos
alicientes por los que me pierdo en los multicines cada fin de
semana: me da igual lo que pongan, con tal de que haya
explosiones y efectos especiales. Y coca-cola y palomitas.
Otros pierden el tiempo en el fútbol.
Yo lo pierdo en el cine viendo películas a veces malas, a
veces buenas.
También lo gano o lo pierdo en las plazas de toros,
pero esto nos llevaría mucho tiempo y no quiero perder
otra vez el hilo.
En las plazas, coñac y tabaco. Aunque ni fumo ni bebo.
El lunes pasado he visto en mi multicine favorito una
noche en la ópera. No, no era la película de los Hermanos
Marx. Desde el Covent Garden de Londres, desde la Royal
Opera House se retransmitió “Don Giovanni” de Mozart
para muchos cines del mundo.
No, no vimos “Don Giovanni”, vimos el teatro que veía
“Don Giovanni”, una representación de una representación.
Un juego de espejos y cavernas iluminados.
La retransmisión por satélite de estos eventos es fácil,
aunque hasta hace poco no estaban preparadas las salas
con sistemas de reproducción digital. La calidad del sonido
y de la imagen fue perfecta, salvo algunos problemas
de “pixelado” en los subtítulos. Lo que es más difícil es que
haya prosperado esta iniciativa tan extraordinaria. Ni que
decir tiene que el cine se llenó.
Me gusta que las telecomunicaciones y el arte se den la mano
en la órbita de los satélites y en los cruces de internet.
Me gusta que en los cines se retransmitan óperas.
Aunque era todo un poco raro ya que la empresa intentó
vestir de “fiesta” la sala. Pusieron una delgada y desgastada
alfombra roja, nos dieron una copa de champán y unos
sándwiches de mortadela (sic) e incluso hubo ¡acomodadores con
linterna! Otra metamorfosis.
Pero, por retomar el hilo, a la hora de la verdad no había ¡qué
lástima! ni palomitas de gala ni coca-cola de etiqueta.
Ni cine ni teatro: una representación.
Aunque ¿no es suficiente para lunes haber podido hacer un
tanto así el snob?
Pienso repetir.
miércoles, 10 de septiembre de 2008
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5 comentarios:
Le pregunté a mi amiga Paola:
- ¿Quieres palomitas?
- ¿Qué son palomitas? - me contestó la italiana a la gallega.
- Pop Corn - respondí -¿Cómo se dice en italiano? -
- Pues Pop Corn - Me respondió mirándome con cara de "estás tonto o qué".
Luego la conversación derivó a por qué los españoles lo llamamos palomitas. Llegamos a concluir que, debido a esa metamorfosis de la que Vd. y Ovidio hablan, mejor hubiese sido llamarlas maripositas.
Eso, John Paul, te pasa por no beberte la coc-cola en caña.
La cocacola, amigo Jurado, sabes que sólo la uso para suavizar la áspera alma del Larios, esa estupenda poción de la no menos estupenda familia malagueña.
Este blog ha cambiado mis hábitos de lectura matutina. Me tienes pendiente cada día. Enhorabuena y gracias, querido amigo
Oye ¿por qué a john paul le constestas y a mí no? ¿Acaso el Oeste no es igual que el Sur? Será la mala educación que decía Almorranas, digo Almodóvar.
¿Cómo se pueden tener celos a esta edad tan tardía?
Te contesto, a lo del Huracán.
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