Óscar Wilde tenía tanto talento que regalaba
argumentos a sus rivales en la escena; hace
años los estudios de Hollywood pagaban un dólar
por idea y coleccionaban listas inmensas de las
que tirar cuando la mente de los guionistas se
quedaba en blanco o en huelga. Entre un extremo
y otro (pero con el debido respeto a Wilde)
ayer me corté el pelo y, además,
¡qué alivio! se me cayeron al suelo tres
excéntricas historias que ahora transcribiré
para quien puedan interesar. Ahí van, aunque,
como decía Jardiel se corra el riesgo de escribir
todo lo que a uno se lo ocurre y ¡lo que es peor!
Seguir escribiendo cuando a uno ya no se le ocurre nada...
Las longanizas salvajes
Esta no es una reelaboración de la novela de Faulkner,
The wild Palms, y tiene más de cervantina, de Cipión
y Berganza, que de perspectivismo. Dos embutidos
-Chorizo y Salchichón- regalo de navidad, recorren la
despensa y la mesa de diferentes familias. El éxito
del narrador estará en encontrar el justo medio entre
Proust y Carpanta, el McGuffin, en la tragedia
gastronómica que acecha a nuestros personajes,
siempre a punto de sucumbir en los dientes postizos
de Pantagruel. El clímax, que exigirá todo el esfuerzo
del narrador tanto en la descripción como en la
dosificación de las acciones, es la fuga de las
longanizas hasta perderse en los jardines, en los
bosques salvajes de la última cena, donde acechan
los jabalíes Evasión y Victoria. ¿Salvarán su pellejo
Chorizo y Salchichón?
La tabla periódica
En “La tabla periódica” se investiga la muerte de
un químico. Los sospechosos, interrogados
sucesivamente, son los elementos de la tabla periódica,
cada uno de los cuales interpreta un monólogo ante
el juez, desde los pesados e incomprensibles de
las tierras raras -obesas y sudorosas- a las hilarantes
coartadas de los elementos radiactivos, pasando
por la integridad de los metales y la turbia y
encarada respuesta de los haluros. El quid de la
narración está ¡cómo no! en saber combinar los
elementos y que trasluzcan su carácter moral
sin aburrir al lector. Habrá que practicar la
alquimia del verbo y las elipsis de la novela negra.
La revolución libertaria de todos los elementos,
esposados tras las rejas, con cuánticas amenazas
de fisión o fusión puede ser una solución apocalíptica
para el desenlace, acorde con el tono nuclear e
integrado de la historia.
El extintor sinfónico
Érase la historia de un extintor colorado que dormía
en la esquina de una zona común en una vivienda de
protección oficial. Una noche alguien puso por casualidad
música de jazz en una emisora de radio y el extintor
escuchó unos sincopados ritmos que estremecieron
sus burbujas. Otro día, asomado al patio de luz, vio el
brillo de un saxofón sobre un tejado contra la luna,
como en las películas: con gato callejero y luz de neón
incluida. Desde entonces el extintor se tuvo por instrumento
musical e hizo esfuerzos ímprobos por soplar y soplar
hasta lograr la melodía. Al final, tras varios bufidos
desesperados, lo consiguió, pero dejó la escalera perdida
de espuma y acabó con sus chapas en el contenedor,
aporreado por los niños callejeros que le dieron espíritu
de percusión y la ansiada felicidad escénica. Pero para
esta historia hacen falta las dotes de Anderssen y la
caradura de Walt Disney.
Estas tres nívolas tienen en común tres cosas: que los
caracteres principales son inanimados, que no repudian
su naturaleza de fábula moral pasada por los espejos
del Callejón del Gato y que no las voy a escribir yo
-hasta ahí podíamos llegar- ¿alguien se anima?
jueves, 4 de septiembre de 2008
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2 comentarios:
A mí me va la de la tabla periódica. Se podría inaugurar un género nuevo: la alegoría científica. Un abrazo
Gracias, Jesús. ¡Escríbela!
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