domingo, 21 de diciembre de 2008

Defensa de la Poesía

Debemos a Valéry la lúcida definición de la Poesía como la “vacilación entre el sonido y el sentido”, pero esta definición, tan perfilada, es insuficiente y resulta más útil para explicar el artefacto poético, la maquinaria del poema, que la almendra del misterio. Porque la Poesía excede a la propia práctica lírica y sobrepasa cualquier programa o manifiesto. Hace cuatro mil años, cuando Gilgamesh, abatido por la muerte de su amigo Enkidu, buscaba la flor de la inmortalidad por las llanuras del Creciente Fértil, hace tres mil años, cuando se hicieron las honras de Héctor, domador de caballos, en la ciudad sitiada de Ilión, hace dos mil años, cuando Virgilio anunciaba la llegada de un niño que traería una nueva edad de oro, en el mismo siglo en que Juan de Patmos proclamaba que el Verbo era la sustancia primera del mundo, la Poesía lleva ardiendo en el pecho de los hombres cientos de siglos. Enfrentado al devastador poder del rayo y del trueno, a los implacables ciclos de los astros, al derrumbamiento de la muerte y a las exaltaciones del deseo, antes que Sapiens, el hombre fue un “Homo Poeticus” cuyos gruñidos, los gritos de la guerra y del dolor, los alaridos del miedo y del placer se fueron modulando para devenir en Canto, el Canto que no es sino expresión de la extrañeza del universo, más interrogación que respuesta, más celebración y alabanza que elucidación del secreto. Este Canto, la llama sagrada que las generaciones se han ido cediendo desde la tosca antorcha que arrojaba sombras a los bisontes de Altamira a la deslumbrante luz de los mortíferos ángeles de Rilke, asomado a los abismos del Ser, no nos podrá abandonar nunca. Los sacripantes de la modernidad jamás podrán certificar la muerte de la Poesía, porque ésta no depende, como ya avisaba Bécquer, de sus oscuros ministros, de los profanadores de tumbas o de los lustrosos impostores del oficio. Ni siquiera de un improbable lector que al final de los tiempos pulse la cítara de Orfeo o la flauta de Pan. Porque la Poesía, decimos, es el Enigma y la llave del Enigma. Algunas tradiciones han dado en llamarla “Alma".

4 comentarios:

alelo dijo...

Joder, Sr. Juardo, ahora sí me he enterado más o menos qué es la poesía. Lo que no sé es que hacer con eso que me quema a mí por dentro. ¿Será porque rozo el bruticismo? ¡Qué sé yo!

Un abrazo.

Jesús Cotta Lobato dijo...

El hombre percibe que el ser esconde un misterio que ni la cabeza ni los sentidos pueden desentrañar. La poesía es la que lo desentraña y por eso deslumbra. Feliz navidad.

Anónimo dijo...

Hola José María,
me alegro de que sigas creyendo y manteniendo ese entusiasmo. Es reconfortador y estimulante leer tu confianza, experimentar la comunión, la pertenencia a algo más allá de la contingencia de libros y lecturas. No presuponer, creer en esa otra cara de la poesía. Uno le da sentido a las ideas de la tradición de Eliot al leer tu columna.
Ese es uno de los dones que tienes, quizás de lo más extraño, creer. Alientan mucho tu poesía y tus columnas.
Un abrazo, y feliz navidad.

Anónimo dijo...

José María, soy Alberto Carpio, que se me olvidó poner el nombre, como si estuviera hablando cara a cara contigo.

 
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