jueves, 15 de enero de 2009

Frío. Cambio y Corto.

A mí me gustaba más el Mundo Antiguo, cuando todavía había cambio climático y no se había refundado el capitalismo. Entonces, ah entonces, sufría despreocupadamente por el incremento de la temperatura en la superficie de los océanos y el retroceso de las placas polares y no por las fluctuaciones de los índices bursátiles, los intereses de los bancos y las tasas de desempleo, asuntos sin duda de más grave consideración. En esa vieja civilización, ahora desarbolada, Venecia estaba a punto de desaparecer sumergida en el Adriático y una inmensa nevada sepultaría Nueva York: había causas heroicas por las que luchar, había épica. Ahora simplemente hace frío. ¡Y qué bien me vendrían esos tres o cuatro grados de más! Al menos para expulsar, de una vez por todas, a la horrible criatura de Lovecraft cuyos seudópodos viscosos atenazan tenazmente mi garganta. No ha habido prescripción facultativa ni automedicación que los derrote, se han adaptado a todos los cambios de PH, a todas los cambios de temperatura, a todas las concentraciones plasmáticas de antibióticos que han intentado barrerlos de la faz de mis amígdalas. En el Mundo Antiguo su alto ejemplo moral nos hubiera iluminado, si ellos, gérmenes simples, han podido sobrevivir a tantos ataques, cuánto más el hombre, vertebrado perfecto. Ya nos hemos olvidado de la amenaza, pero frente a la idea del cambio, la certeza de la adaptación ¿acaso no cambia, -o debería cambiar- el tiempo cuatro veces en un año y mudamos de ropa y de costumbres otras tantas? Tanto más cómodo hubiera sido continuar con esa única estación climatológica que se venía definiendo en los paneles de la ON¿U? ¡Qué a gusto se debe de estar en Siberia en agosto con unos graditos de más, aunque sean de vodka y, ya puestos, con dos presidentes de menos! No he pasado más calor en mi vida que en Rusia. Recuerdo que en el año 2003 la ola de calor me encontró en San Petersburgo (antes Leningrado o viceversa). Bajábamos del avión con los anoraks, con los jerseys polares, con los pasamontañas, dispuestos a recorrer en una troika con el doctor Zhivago los paisajes del frío y tuvimos que arrumbarlos en las maletas, presos de una humedad sofocante, sin asomo de alivio, con el aire “condicionado” a salir del autobús, por falta de medios, de costumbre. Dicen que Admundsen, el conquistador de la Antártida –cuando aún no se estaba derritiendo y los pingüinos eran felices porque no tenían que soportar al National Geographic ni a los barcos de Greenpeace- declaró haber pasado un frío espantoso en Sevilla. Sevillano “fino y frío” dijo Unamuno enfadado con mis compatriotas que no fueron a buscarlo a su regreso del exilio a Fuerteventura (¡ni que fuera Belmonte!). Porque es verdad que Sevilla es, en muchos sentidos, la ciudad más fría de mundo. Estos días desde luego. El Invierno en Castilla y el verano en Sevilla, lo dijo algún rey o se dijo siempre. Al paso que vamos, ahora que ya no hay cambio climático, el Invierno en Moscú y el Verano en Tombuctú. Porque no es verdad que los rusos hayan cortado el gas, las inmensas tuberías que cruzan Europa procedentes de la Estepa postsoviética nos han inyectado gas Mecano (“oxígeno, nitrógeno y argón sin forma definida”) en cantidades tan frías e ingentes que ha sido imposible escapar del general enero. A mí y a mi garganta nos ha parecido una invasión, un “casus belli”, pero como no tenemos la fortaleza de los héroes del Mundo Antiguo hemos sido derrotados, fíjense cómo no será la cosa que pudiendo citar a Plinio el Viejo, hemos citado a un grupo de pop casposo y kitsch, lo cual es un síntoma evidente de decadencia (la “decadencia” ha venido nadie sabe cómo ha sido, como dijo Machado de la primavera, esa estación abolida). Y es que “no hay mortal que sea cuerdo a todas horas” (ésta si es de Plinio TM), como este cambiante mundo de locos en el que la única verdad, en relación al clima (pero no sólo), es la verdad del Gatopardo, la de que todo cambie para que todo siga igual, como mis infecciones. Por cierto, improbable y querido lector, ya que has sido tan amable de llegar hasta aquí ¿me puedes dejar un “kleenex”? No es para sonarme, gracias, es para pedir las dos orejas para Al Gore.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Bueno yo creo que Al Gore con una va que se mata, y yo también me quedó con el Mundo antiguo...:)

Un saludo, me ha gustado leerte.

Anónimo dijo...

Pues a mí me gustaba todavía más el mundo en el que nuestra mayor preocupación eran las ojivas atómicas. Es que soy como los nostálgicos esos de la plaza roja.

P.S: qué curioso, el verificador de palabras de blogger me ha pedido ue introduzca "batmolon", parece un gadget de Batman.

Jesús Cotta Lobato dijo...

Lo malo de los cambios climáticos son los catastrofismos. ¡Con lo bien que estaría que España se volviera verde como Irlanda! Un abrazo

José María JURADO dijo...

Gracias, Romero, creo que Al Gore, en rigor, habría que devolverlo al corral. ¿Tienes blog?

Querido Plansen, es que como tus muchos y maravillados lectores saben siempre has sido muy rogelio. Por cierto, estoy en deuda con Mr. Spock.

Jesús, si España se vuelve verde la convierten ¡seguro! en un campo de furbo.

Anónimo dijo...

Por cierto: en febrero, si Dios quiere, iré a Madrid. Entonces te enviaré un ejemplar dedicado del Epitafio a Mr. Spock, que ya me ha llegado la partida de 30 ejemplares que encargué a lulu (pero los encargué a la dirección de mis padres en Madrid, por eso no los puedo enviar antes).

 
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