Hay en la Semana Santa de Sevilla una luz romántica de cielos azules y tenues, de suaves jirones rosas como en un fresco de Tiépolo que se aparece a la hora suave de los crepúsculos.
Hay en la Semana Santa de Sevilla una luz caliente y barroca, de oro viejo y dalmáticas, de clavo, sangre y martillo que se aparece a las cinco en punto de la tarde sobre la cal y el almagre haciendo reverberar las salomónicas columnas del incienso.
Pero también hay una luz ilustrada del siglo dieciocho, una luz clásica que hace más negro el filo de las inquisiciones que se filtran por la celosía de los conventos, una luz racional que se aparece en las calles anchas del Arenal o del barrio del Museo.
Por la noche encontrarás esa luz blanca como de infolio intonso en la toca inmaculada de la Virgen de las Aguas en la que, toda contención, ningún puñal se clava. Te asaltará esta barco de cera y plata en el andén del Ayuntamiento o en la calle ancha de Tetuán por donde rodaron los carros del Asistente Olavide y frente a su palio sentirás la dulzura de una mirada humana, la paz de un rostro de terracota pulida que aún no habrá conseguido borrar de ti la sombra volteriana de una duda.
Y entonces llegará el Cristo del Museo, la terribilitá de un gigante retorcido en el supremo sacrificio, el escorzo imposible que se agita contra la redonda noche de los taxonomistas. Y los astrólogos del mundo, y tú con ellos, os subiréis a su paso para acechar el secreto oscuro que no se resuelve en las enciclopedias. Porque esa pierna arqueada como la serpiente pitón del Laoconte es el primer tramo de la escalera de Jacob y arriba está la luz.
La única Luz.
lunes, 6 de abril de 2009
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2 comentarios:
Bravo.
GRACIAS
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