El otro día he toreado en las Ventas, no, no fue la tarde malva y amarilla en la que Morante, como Rimbaud, sentó a la belleza en sus brazos ¡el tiempo se mecía sobre la orquídea del capote y no acababa nunca la verónica sagrada!
Fue la tarde del martes 19 de mayo y alterné en el cartel con El Juli, El Cid y Miguel Ángel Perera.
La empresa había incluido un poema mío dedicado a Juan Belmonte en el programa de mano. Mi compadre, Lorenzo Clemente, eximio abogado e ilustre taurino me daba la noticia por SMS.
Otros años hemos participado en este certamen, pero la empresa nos había colocado en el cruel ferragosto, cuando sólo acuden a la Plaza los japoneses y los aficionados verdaderos, o sea, casi nadie.
Pero no se dio mal la tarde de la Asunción del verano pasado (resultamos finalista) y la empresa nos ha premiado con una tarde en San Isidro.
Tarde de expectación, con lleno hasta la bandera, cuando el centro de España es una Plaza de Toros que abrocha el presente y el pasado y baja el público por la calle de Alcalá comentando las últimas noticias de la Guerra de Cuba, del asesinato de Prim o de la boda desgraciada de Alfonso XIII.
Tarde de sol y moscas, de cestas y viandas, con el Rey y la Infanta y el Pueblo Soberano. De chulapos y abanicos, de majas vestidas y de majas desnudas, cuando el sol se pone por la ribera del Manzanares y en las calles de Madrid, en el Prado y la Cava, resuenan los fandangos y las coplas.
Todavía no he hecho el paseíllo este año por la Capital del Reino, pero cada vez que acudo no sólo recuerdo mis años de estudiante mocito en la andanada del seis, es como si se abriera la Puerta Grande de la Historia y entráramos por ella en uno de los Episodios Nacionales de Galdós.
En Madrid hay dos públicos: está la Corte de sombra, con el aire degenerado de la beatutiful people, tan descastada por las empanadillas del Palco del Bernabeu y luego el sol terrible donde rugen los oficios del tiempo. A mi lado se sientan ujieres, menestrales, ganapanes, tipógrafos, botones y porteros, cisqueros y serenos, ordenanzas de uniforme que se escapan de un oscuro Ministerio de Ultramar, a la hora en punto en la que sale el toro y los almirantes ocupan su reservado en Chicote.
Así pues que tenía 24.000 lectores potenciales, pero eso es lo de menos, también los tenía la publicidad encubierta de las salas de alterne, con más eco, seguro, en los tendidos. Lo importante era ser, lo importante era estar, como una pieza más, como un minúsculo ladrillo, de la Primera Plaza del Mundo, como un juglar, si quieren, de la Villa y Corte, que ya decía Juncal que los poetas habían nacido para cantar a los toreros y olé que arte tiene este Rilke de mi arma y qué cosas dejó dichas de Paquiro el de Chiclana.
Luego, y como está mandado, la tarde salió mala y bajo las luces tristes de un Madrid de crepúsculos, entre los feriantes y la malandanza, el viento se llevó las hojas volanderas como pliegos de ciego que cantaran las desventuras del pasmo de Triana y de Sevilla.
Y de Madrid
al cielo.
Aquí lo transcribo, en su versión original se puede leer aquí o aquí, buscando más.
Homenaje a Juan Belmonte
El hambre es una cabeza de toro que embiste a los niños de Murillo por los callejones cegados de Sevilla la Vieja. La garganta cercenada del Cachorro angustia al cielo de abril, envejecen los capotes de paseo en las vitrinas como las dalmáticas raídas de una sacristía desvencijada, cubiertos de polvo sagrado, de cenizas que han gloriosamente ardido. El miedo es el agua nocturna del Guadalquivir en la cintura, entre los olivares de Tablada, donde pacen los novillos romanos de Itálica con hambre de gladiadores. Las afiladas astas se mecen sobre el pecho de Belmonte como un péndulo mortuorio retrasado por una tauromaquia de ultratumba... Se ha dormido la tarde en la media verónica y Bailaor queda en suerte frente a la blancura imponente de Joselito.
Juanito, hay una calavera de vaca sobre el carretón con el que jugáis los chiquillos en las esquinas sin adoquinar del Altozano, hay una pistola amartillada golpeando tu sien como las tablas de un burladero, reventando tu cabeza como las entrañas de un caballo de picar sin peto. Juanito, hay una Maestranza de verdad en el corazón troquelado de tu estatua.
sábado, 23 de mayo de 2009
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6 comentarios:
José María, enhorabuena por este paseíllo literario. Los primeros pasos son siempre los más complicados, pero se dan con la esperanza de que los sigueintes sean más fáciles. Así lo espero.
Un abrazo
Dos orejas y rabo, felicidades.
Y aquí estoy yo, que todavía se me cae la baba con Morante.
Enhorabuena, ¡qué ilusión debió hacerte!
Se me sigue cayendo la baba con Morante.
Pero Luque, genial, le echa, "guevos".
Un abrazo, maestro.
Enhorabuena José María, que te veamos en más paseillos
Gracias, amigos.
Lo de Morante es para no dejar de verlo, pero hoy le han partido el pecho a un torero en Madrid y estoy que rabio.
Cuentan que hubo furbo...
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