viernes, 26 de junio de 2009

Los poetas en quimono II

Elogio y refutación del Haiku

Teoría

En la “Epístola a los Pisones” o “Arte Poética” dejó enunciado Horacio el célebre lema “ut pictura poesis”, o sea, “la poesía es como la pintura”.

Acudo ahora al concepto horaciano para “ilustrar” la naturaleza imaginista o icónica del haiku.

Con la venia de Horacio y de Ramón Gómez de la Serna, que ya es atrevimiento, podríamos definir al haiku como el bodegón de un instante.

[/digresión]

Obsérvese que menciono al inventor de la greguería por sus apellidos y no con el apocopado “Ramón” ya que aún está por estudiar si esta familiaridad con los autores consagrados tiene que ver más con el pernicioso influjo de la brevedad nipona o la simple pedantería.

Claro que tampoco hay reglas cerradas al respecto, si yo hubiera citado a Quintus Horatius Flaccus no hubiera resultado menos cursi que si digo “Federico” para referirme a García Lorca o, ya que a haikus estamos y salvada la distancia, a Jimenez Losantos, opciones ambas que implícitamente comportan, además, una significación política, lo que demuestra que los extremos se tocan, y quede claro que nos referimos a Oriente y a Occidente, no me vayan a poner una querella.

[/fin de la digresión]

Decíamos que el haiku es como un bodegón hecho con diecisiete sílabas, lo cual explica no solo la importancia de la caligrafía y del dibujo, que acompañan siempre a la poesía oriental y que se desvanece en la geométrica traducción al alfabeto latino, sino la afición del pueblo japonés a la fotografía, en mala hora exportada a nuestras latitudes por el uso y abuso de la cámara digital.

Porque sólo me puedo imaginar una cosa más peligrosa que un poeta en quimono: un poeta con cámara digital. Pero quien esté libre de pecado, así en el haiku como en el soneto, que haga el primer click.

Como soy de ciencias puras hasta hace muy poco ignoraba la figura literaria llamada “écfrasis”, esto es: la representación poética de una obra pictórica.

Este tropo se puede ampliar a cualquier otra forma de expresión plástica no verbal y, en última instancia, a la propia realidad, como creo que hace el haiku.

En la écfrasis se busca trasladar al pensamiento del siempre improbable lector las sensaciones emanadas de una pintura, escultura o música, con el objeto, éste sí verdaderamente improbable, de formar en la mente del receptor una arquitectura verbal o un concepto equivalente e intercambiable con la obra evocada.

Los poetas culturalistas, por ejemplo, viven (¿vivimos?) en un estado de écfrasis permanente, pero más de catálogo, de marco hacia fuera, que de cuadro adentro, por desgracia.

El escritor de haikus debe evitar los nombres propios porque suponen un consumo excesivo de sílabas, pero en un buen haiku siempre hay una écfrasis, como en un escritor de haikus siempre anida implícitamente un culturalista, mal que le pese.

Esto no es ni bueno ni malo, se trata simplemente de aceptarse a uno mismo y salir del biombo, después de tantos años de poesía de la experiencia, de tanto acoso a la poesía pura o parnasiana, quizá está llegando el día de proclamar, en una exuberante cabalgata bizantina, el día del orgullo culturalista.

En esa cabalgata siempre habrá una pequeña carroza de origami perfumada con la flor del loto y con una rana imperial como emblema. Porque el haiku no es ajeno a la impersonalidad y falta de sentimiento de la música verbal y alejandrina.

“Ut pictura poesis”:

Incrementemos la confusión tomando el todo por la parte o viceversa (la sinécdoque sí aparecía en el temario de bachillerato que estudié) o echemos mano de la paronomasia (ésta la he aprendido el mismo día que la écfrasis) para embrollar el problema: “la poesía es como la pintura”, no es lo mismo que decir que la “pintura es como la poesía”.

Porque no es lo mismo que el poema sea la representación fonética de una realidad pictórica que el hecho de que la realidad sea representada fonéticamente como una pintura.

Lo que quiero decir es que si uno traslada al poema la realidad como un pintor el resultado no será el mismo que si uno traslada al poema una pintura de la realidad.

La cuestión no es baladí y el arte abstracto la complica sobremanera, cuando cualquier monigote improvisado puede adquirir carta de naturaleza poética.

¿Pero, dónde queda el haiku en todo esto?

Por decirlo de forma Zen y al más puro estilo de Kung-Fu: en el filo de ambas aproximaciones al problema.

El haiku es un triángulo sonoro cuyos tres lados deben apuntar a un mismo vértice: el instante.

Un instante hecho de tiempo, imagen y pintura (sonido) a partes iguales.

La clasificación matemática de los triángulos vale para los haikus: Basho los escribía equiláteros, los poetas en quimono los hacen escalenos cuando no obstusángulos, es decir, como churros.

Este triángulo (o churro) debe ser luego sazonado con salsa de Kigo.

El Kigo es una referencia estacional muy sabrosa: la nieve, la lluvia, la floración del cerezo o las faltas de ortografía que enmarcan la época del año en que sucede el poema.

La poesía japonesa y china tiene mucho picante de Kigo y los haikus occidentales muy mala sintaxis.

Para sacarles de este lío recurriré a un ejemplo personal, pero será otro día, que si no, no me leen.

5 comentarios:

alelo dijo...

Yo te voy a seguir leyendo. Pongas lo que pongas.

Que lo sepas.

Antonio Rivero Taravillo dijo...

Qué estupenda entrada, José María. Espero ansioso la publicación de ese haiku que anuncias.

Jesús Cotta Lobato dijo...

Buena definición esa del bodegón del instante. Pero yo, a pesar de ser de clásicas, nunca entendí del todo eso de ut pictura poesis. Me parece una visión reductora de la poesía. De hecho los haikus que son sólo pintura me parecen meras patochadas.

Javier Sánchez Menéndez dijo...

Espero a otro día.
Gracias.

Y por lo que conozco de tu obra, eres culturalista morantiano.

Un abrazo.

Juan Antonio González Romano dijo...

Muy buena reflexión, José María, muy lúcida. Ahora, a ver-leer- esos haikus, para rematar la faena: Ya sabes, la estocada en todo lo alto es la que garantiza los triunfos.
Un abrazo.

 
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