Elogio y refutación del Haiku
Introducción
En mi pueblo se instaló una familia de coreanos que abrió un gimnasio para la enseñanza del Kung-Fu y otras artes marciales con gran éxito de crítica y público. Entre las novedades del “método” se encontraba el incorporar el quimono al vestuario natural de sus pupilos, esto les permitía mayor rotación de turnos -los alumnos llegaban y salían vestidos- y, sobre todo, mucha publicidad, que completaban con las clases impartidas a la vista del transeúnte.
La orientalización del vecindario pronto se hizo patente y poco antes de cada hora en punto por las calles cercanas al gimnasio una marea blanca de pequeños saltamontes salía de los salones de té para darle patadas a una luna de papel pintado.
La práctica de las artes marciales no era desde luego nueva, más bien al contrario: los luchacos cogían polvo en el altillo de las casas y el rostro de Bruce Lee se había puesto amarillo, valga la redundancia, en las colecciones de cartelería retro.
Hablo de los noventa, sin ir más lejos una década antes yo había “alcanzado” el cinturón amarillo-naranja de Judo cuando el big-bang de las actividades extraescolares. Lo cual, dada mi natural indisposición hacia el deporte y mis nulas competencias psicomotrices, no deja de maravillarme.
Al menos aprendí “a caer”, cosa que en esto de las artes marciales parece ser que tiene mucha importancia, pero que en la vida ordinaria la tiene mucho más, cuanto más en la lírica.
Hasta la incursión coreana el mono de trabajo -perdón el qui-mono- se reservaba para el tatami, y la gente decente, pero con la extravagante desviación del kárate, guardaba el traje de superhéroe en una discreta bolsa. El cinturón negro se reservaba para las grandes ocasiones...
Sucede que últimamente me encuentro por la calle a demasiados poetas en kimono. Ignoro dónde han puesto la Academia, pero hay una legión de cultivadores del haiku dispuestos a recorrer las escaleras del parnaso en poco menos de diecisiete sílabas mal contadas (y nunca mejor dicho).
La cosa viene de largo (perdón, de corto) y mucha de la culpa en español la tiene Jorge Luis Borges, pero él al menos expió sus pecados (menores) casándose con María Kodama.
Quizá sea Ezra Pound, en cambio (y corto), con su maravilloso poema “En una estación de metro” quien dio carta de modernidad al género en occidente:
La aparición de estos rostros en la multitud;
pétalos en una mojada rama negra
De aquí a los libros de Jack Kerouack o Jimenez Losantos, por referirme a dos ilustres ejemplos superventas, han sido pocos los poetas que hayan resistido la tentación del sol naciente y que no nos hayan castigado con una llave de jiu-jitsu.
Que nadie me entienda mal, lo que se dice aquí del haiku vale igual para el soneto, la octava real o el pentámetro yámbico.
Una tontería no depende del número de sílabas en que se diga, pero es evidente que, con esta ¿estrofa? por el mismo precio se pueden decir más y en menos tiempo.
Por otra parte desde que las poéticas del silencio anunciaron que el mejor poema es el que no se escribe, es posible decir tonterías hasta callados.
Cero sílabas como el Zero Summer.
Porque a mí me sucede con el haiku lo mismo que con el bonsái: prefiero la copa grande del árbol centenario que ha crecido sin argollas contadas.
Los bonsáis me parecen “bonitos”, incluso deliciosos, pero me gusta más el bosque.
A menudo, además, se anuncia como bonsái lo que no es más que una rama mal cortada, sin raíces y retorcida, que al poco muere por falta de alimento.
Empieza uno comiendo una cereza y termina comiéndoselas todas, las buenas, las malas y las piedras del camino.
Prefiero una noche estrellada a una sola estrella y me gustaría saber qué sucede al otro lado del monte Fuji o qué pasó con la rana una vez que se hundió en el charco.
Quiero saber quién es el hombre que dejó sus huellas en la nieve y qué monstruo vive en el lago que refleja la armonía del mundo.
Los expertos avisan que la brevedad del haiku tiene que ver con la filosofía zen (ya saben, menos es más) pero apunto la pornográfica hipótesis de que guarden proporción con la reconocida limitación antroponométrica viril del pueblo nipón.
Pero, ¡ánimo! después de todo el tamaño no importa y quizá con esta licenciosa advertencia nos ahorremos algunas ocurrencias y ganemos dos o tres “Orlandos Furiosos” de longitud africana.
En próximas entregas les ofreceré mi particular clasificación del haiku, ciertas bases teóricas para la construcción de los mismos a partir de metáforas “prestadas” y mis propios ejemplos prácticos que espero les sirvan de contento y provecho.
Por si no cumplo mi promesa quiero dejar constancia de que los mejores haikus en español los han escrito Lorca, JRJ y Antonio Machado, aunque ninguno tiene diecisiete sílabas y, salvo Machado, quizá, no era su intención explorar el Oriente.
Por cierto, el gimnasio al cabo de los años se convirtió en un bazar de todo a cien (y es que siempre he creído en la supremacía de la poesía china sobre la japonesa -lo de la novela es otro contar-)
PS: Disculpen lo larga que me ha salido hoy la columna, les confieso que en todo momento he intentado evitar estirar mis ideas, uno es así de natural.
9 comentarios:
Dime de qué presumes y te diré de qué careces, la columna no me parece tan larga.
Yo creo que el tamaño sí importa. Lo bueno, si grande, dos veces bueno. Yo no he intentado siquiera hacer haikus, porque temo que no me saldrían más que imágenes y no esa eternización del instante con sorpresa que se supone que es el haiku. Pero también es verdad que he leído haihus muy buenos. Un abrazo.
Simplemente genial. Aquí otra cinturón amarillo-naranja. Lo dejé porque me molestaba hacerles la tercera inmovilización a los chicos (angelica;-) y porque comenzaron mis dolores de cabeza, que yo achaqué al aprendizaje nunca completado de la caída hacia delante. En fin. Me quedó una cierta desconfianza por lo oriental y nunca me apunté a la academia de haikus.
Reconozco la genialidad de muchos, pero qué cierto es eso de que "empieza uno comiendo una cereza y termina comiéndoselas todas, las buenas, las malas y las piedras del camino".
Se pueden decir tonterías de varias páginas pero, como cuesta escribirlas, no todos nos atrevemos, en cambio con el haiku... es que hay gente a la que no le da ni pereza:-)
Vaya por delante que la calidad es la calidad, también en diecisiete sílabas.
Saludos.
El haiku es peligrosísimo. Como con las patatas matutano, lo difícil es escribir sólo uno, ya que salen como rosquillas.
En cualquier caso, este auge vendrá a poner más difícil el acceso a los buenos haikus (discriminar el polvo de la paja, uf), pero no impedirá que haya buenos haikus, que los hay, vaya.
De lo que sí desconfiaría yo es de un poeta que sólo escriba haikus.
Un abrazo, José María.
Polémica entrada, José María. He de reconocer que le has echado dos cojones. Si yo fuera japonés no creo que te hubiera comentado con mucha amabilidad.
Espero oírte recitar un haiku el 2 de julio.
Un abrazo.
peligro cierto
patatas matutano
premio seguro
Comparto y no comparto tu entrada.
Solo te digo, felicidades.
Sayonara.
No sé si larga, pero sí divertida. Me he reído un montón.
Gracias, amigos, por vuestros amables comentarios.
Quiero creer que no se han extendido en sus opiniones bajo el influjo milimétrico del haiku.
Mi muy querido Sr. Anónimo, contra la genética poco hay que hacer.
Jesús, creo que debes intentarlos, seguro que te salen bien. Todos lo hacen.
Olga,efectivamente la calidad es lo primero, anterior a la sílaba y al cinturón amarillo-naranja.
Juan Antonio, yo te he leído haikus muy buenos, algunos con estrambote y todo (coplas).
Ridao, espero que su primo Ridaiku no se lo tome a mal. Además ya anuncian los extendedores hasta en la TV.
Javier, comparto y no comparto tu comentario. Sólo te digo, gracias.
Don Enrique, esta bitácora se enorgullece de su ilustre y machadiana presencia.
Y para todos patatas matutano.
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