27 de enero.
Gustav Mahler dirige su último concierto
Para Francisco José Villa, mahleriano.
Ahora que Alma otra vez te ha mentido y una góndola navega en los adagios con el pálido ritmo de una llama oscilante voy a apagar la luz para que venga la noche. Ojalá que las sombras que te nublen los ojos los mantengan sellados más allá de la muerte y te impidan oír el silencio completo de los niños perdidos en el bosque, cuando una estrella solitaria y fría alumbra el cuchillo de los carniceros. En los timbales ya brama la Gran Berta y en los oboes silban, disonantes y agudos, los trenes pavorosos de Hamelin. Se ha cumplido el tiempo que anunciabas y removemos máscaras y escombros en los vastos océanos de tu música -marchas militares, organillos rotos, muebles jugendstil- para beber el bálsamo que alivia las heridas siniestras de esta hora. Tenaz e infatigable, siempre alzado en el podio, como un sacerdote de una religión nueva revelabas la grandeza semítica del Imperio –oro y bronce verde, Jesucristo y Moisés-. Mas no hemos renunciado al baile de disfraces y el Gran Salón de Europa -lo sabíamos, ¿verdad que lo sabíamos?- aguarda revestido de rojo y de metralla.
Ahora que Alma otra vez te ha mentido voy a abrir las ventanas para cerrar tus oídos con el ruido perpetuo.
Dietrich Fischer-Dieskau canta Die Kindertotenlieder ("Las Canciones de Los Niños Muertos", de G. Mahler)
Gustav Mahler dirige su último concierto
Para Francisco José Villa, mahleriano.
Ahora que Alma otra vez te ha mentido y una góndola navega en los adagios con el pálido ritmo de una llama oscilante voy a apagar la luz para que venga la noche. Ojalá que las sombras que te nublen los ojos los mantengan sellados más allá de la muerte y te impidan oír el silencio completo de los niños perdidos en el bosque, cuando una estrella solitaria y fría alumbra el cuchillo de los carniceros. En los timbales ya brama la Gran Berta y en los oboes silban, disonantes y agudos, los trenes pavorosos de Hamelin. Se ha cumplido el tiempo que anunciabas y removemos máscaras y escombros en los vastos océanos de tu música -marchas militares, organillos rotos, muebles jugendstil- para beber el bálsamo que alivia las heridas siniestras de esta hora. Tenaz e infatigable, siempre alzado en el podio, como un sacerdote de una religión nueva revelabas la grandeza semítica del Imperio –oro y bronce verde, Jesucristo y Moisés-. Mas no hemos renunciado al baile de disfraces y el Gran Salón de Europa -lo sabíamos, ¿verdad que lo sabíamos?- aguarda revestido de rojo y de metralla.
Ahora que Alma otra vez te ha mentido voy a abrir las ventanas para cerrar tus oídos con el ruido perpetuo.
Dietrich Fischer-Dieskau canta Die Kindertotenlieder ("Las Canciones de Los Niños Muertos", de G. Mahler)
Nota: A veces me pregunto si tiene sentido que se derribara el Muro de Berlín para que fuera cantar allí U2, en fin, debe ser que uno tiene una idea más espiritual de Europa.
Este Mahler es el mismo que tanto le gustaba a ese político "guerrero" y "machadista" al que la caída del Muro no cayó en gracia.
4 comentarios:
Bueno, José María, en tu línea. Yo al oír los Kindertotenlieder me acuerdo siempre de Rückert y las hijas que perdió, y de Alma echando en cara a Mahler cómo podía tener estómago para componer algo así. Hace un tiempo hice una entrada sobre los Kindertoten, que puedes ver aquí.
Pero hay algo más, José Miguel, Mahler perdió a su propia hija, de escarlatina, como Rückert, a los tres o cuatro años de estrenarlos, y ese fue el principio de su fin. Era muy supersticioso y se autoculpó. La belleza de la versión que enlazas es estremecedora, pero cómo cnata Dieskau siempre.
Sí, conocía la historia, triste donde las haya. Dieskau es un grande, pero tengo debilidad por las contraltos, tan difíciles de encontrar. La oscuridad de la voz de Ferrier va como anillo al dedo a los Kindertoten.
Sencillamente genial.
Publicar un comentario