domingo, 1 de noviembre de 2009

Seurat y Proust y el día de difuntos

El 15 de mayo de 1886 abrió sus puertas en París la octava y última exposición impresionista, en ella Seurat presentó el cuadro “Una Tarde de domingo en la isla de la Grande Jatte” cuya técnica puntillista, desarrollada luego por Paul Signac, cerraba o abría las exploraciones de la luz y el color.

Tengo por costumbre, cuando puedo, visitar los cementerios de París. En la necrópolis romántica de Père Lachaise simpre me ha impresionado la sencillez de la tumba de Seurat dentro de un panteón familiar de segunda categoría, probablemente como su pintura. (Aunque este cuadro lo compró no hace mucho el Instituto de arte de Chicago por más de 30 millones de euros, -¡pero esto de qué le vale ya a Seurat, muerto pobre y diftérico a los 31 años!-).

Esta pintura viene ilustrando en los últimos años las portadas de la edición en Alianza Editorial de la traducción por Pedro Salinas -y Consuelo Berges- de "En busca del tiempo perdido" de Marcel Proust, cuya lectura es uno de los sucesos capitales de mi vida (sic), lo cual no es sino una dolencia muy común y compartida con la legión de los tristes letraheridos, según se sabe.

Camino de la tumba de Proust, y con un plano en la mano, uno se cruzará con este buen amigo, siempre tan puntilloso, además de con el espectro de Gerard de Nerval, que todavía pasea una langosta con una cinta azul o con el monolito caligramático de Apollinaire, que cobija su cráneo ametrallado y metálico.

Mientras mi WEB sigue esperándo la voz que como a Lázaro le diga ¡levántate y anda! yo he resucitado un ratito a Georges Seurat para acercarnos en compañía a la tumba de Proust.

Quiero dedicar este "Almanaque" a Francisco García Jurado, profesor de la Universidad Complutense de Madrid y excelente compilador de las "Noches Áticas" de Aulio Gelio, y que no es primo mío, pero como si lo fuera, por lo mucho que le gustan Proust y Schowb (los dos Marcelos que diría mi admirado Luis Alberto de Cuenca) .

Y lo quiero hacer como homenaje por el recorrido que han preparado por el Madrid "Gótico y sublime". Porque no hay que irse a París para ver cementerios (también están la Venus de Milo y las calles de Pigalle...).

Olvidemos por un rato el Halloween satánico, escuchemos la marcha fúnebre del más célebre habitante de este cementerio parisino y volvamos a lo nuestro de siempre que ha sido honrar a los difuntos y asistir al Tenorio o, ya que en París estamos, al Don Juan de Molière, quien descansa en su eterno terno amarillo junto a La Fontaine, en la misma "rue" que Chopin, pero un poco más allá, según se mira al Sena.

Nota1 :Dicen que hay ahora mejores traducciones de La Recherche, probablemente la de Mauro Armiño en Valdemar, no lo sé, yo a la de Salinas, dentro de mis limitaciones francófonas, no le encuentro nada raro que no esté ya en Proust, esos maravillosos e interminables párrafos sinfónicos.

Nota 2: he contado, según se mire, de doce a quince nombre propios, me los ponen ustedes en la cuenta del culturalismo o de la poesía de la experiencia según les convenga, y ya me dirán qué se debe, que yo soy Ingeniero de Telecomunicaciones y no entiendo de estas cosas.

15 de mayo.
Georges Seurat expone “Tarde de domingo en la isla de la Grande Jatte”.


He vuelto a pasear por Père Lachaise una tarde de otoño y de domingo. Oro y miel de noviembre, la luz de un cielo claro traspasa la caduca bóveda de los árboles. Es tiempo de racimos y de fulguraciones en esta ilustre provincia de la muerte. Frente al nicho sencillo y desgastado, con una inscripción leve como tus treinta años -Georges Seurat, artiste peintre-, yo pienso en otra tarde de mayo pintada junto al Sena que ilustra un libro amado. Y por este mosaico de cálidas teselas, de muchachas en flor, de césped y sombrillas, te rescato del sueño del liquen y del mármol y te pido que subas, redimido del tiempo, otra vez al reino de los vivos para cumplir junto a mí un debido homenaje. Igual que un haz de puntos y colores componen en el cuadro un domingo soleado, así ciertas acciones modestas como honrar a los muertos o cuidar de unas flores ennoblecen la frágil condición humana, y por eso el hombre es siempre más grande que sí mismo. Acompáñame, pues, colina arriba, pongamos nuevamente un pequeño guijarro sobre la lápida negra y gloriosa de Proust.

1 comentario:

Francisco García Jurado dijo...

Querido amigo Jurado: gracias por tu blog, que subscribo letra por letra. La traduccion de Consuelo Vergés y Salinas es nuestra traducción, nacimos a la lectura de Proust con ella. un abrazo y felicidades.

 
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