jueves, 17 de diciembre de 2009

Dos votaciones inicuas

Es inevitable trazar el arco parabólico que conecta la férrea disciplina de voto impuesta por el PSOE para la tramitación de la ley del aborto y la supuesta libertad de conciencia otorgada a los parlamentarios catalanes para decidir sobre la prohibición de las corridas de toros, a pesar (o quizá por eso mismo) de haber presentado, en este último caso, una enmienda a la totalidad.

Y esto no sólo porque uno tenga la seguridad de que, en una circunstancia y otra, la modificación del procedimiento comportaría la modificación del resultado, que también, sino por lo aberrante que resulta apelar a la conciencia a la hora de abordar un problema de orden ético inferior (un espectáculo en el que participan animales, sin más derechos que los concedidos por el hombre, pues carecen de ellos por su propia naturaleza) frente a la destrucción de un ser humano con un derecho consustancial y supremo a la vida.

Hecha la necesaria distinción ética, no resulta una frivolidad en ningún caso poner en relación estos dos asuntos que dejan al descubierto los falsos mecanismos internos que dirigen nuestra democracia. Porque cuando se legisla en contra de causas sobre las que se carece de jurisdicción, como son el derecho a la vida y el derecho a la libertad, se vulneran los propios principios que legitiman a los gobernantes y sus decisiones carecen de validez, aunque lamentablemente no carezcan de efectos.

Se suele argumentar que la democracia es el menos malo de los sistemas, pero a mí en este punto me gusta citar aquello de Juan ramón Jiménez de que lo bueno es enemigo de lo mejor y que, en consecuencia, debemos exigir y aspirar a un gobierno perfecto.

El problema no es que la democracia constituya un abuso de la estadística (Borges dixit), ni una dictadura de las mayorías o de las minorías, según los casos, porque sabemos -lo han demostrado Kant y los poetas- que la mayoría de los hombres siempre tiende a aquello indefinible que llamamos verdad y belleza. El problema es, creo, la capacidad que tiene la democracia para falsificarse a sí misma y convertir una verdad mayoritaria en una minoritaria mentira.

Así, nuestros demócratas dicen defender a las madres y sus inalienables derechos, y para ello conculcan un derecho superior.

De la misma forma otros supuestos demócratas afirman proteger la vida del toro cuando, en realidad, sobre lo que legislan es sobre una cuestión identitaria que nada o muy poco tiene que ver con los felices bóvidos de las dehesas.

No caeremos en la trampa de señalar la no desdeñable cuestión de que la defensa de ambas causas falsas es promovida por las mismas fuerzas políticas, aunque sí por el mismo sustrato ideológico, ya anide en la derecha o a la izquierda, que tanto da.

Gobierno y oposición, oposición y gobierno han hecho uso reiterado de estos mecanismos en las últimas décadas para decidir al son de una agenda que no sabemos quien marca, pero que sólo sopla hacia el empobrecimiento de la integridad humana y la depreciación de la vida y la cultura. Hoy es esto, pero en otras ocasiones ¿hace falta decirlo? ha podido ser la OTAN, el silencio frente al terrorismo, el desastre de la educación, las multiplicadas autonomías, la guerra del Irak...

Y lo más preocupante es que no exista ni una sola voz disonante, que ningún diputado haya querido escuchar los dictados de su conciencia y haya abandonado el partido o el hemiciclo, ahora y en anteriores legislaturas.

De entre todos los defectos humanos ninguno más catastrófico que la cobardía, como la historia del siglo XX nos ha enseñado en, al menos, tres funestas ocasiones.

Pero no todo es culpa de los políticos, personas al cabo, como todos, y es que la consagración de las libertades privadas que acarrea la democracia ha anestesiado a la que llaman sociedad civil, si algún día existió en España.

La mayoría vivimos como una suerte de esclavos felices que no alzaremos la voz así peligren nuestros miles de euros anuales. Y así es como, paradójicamente, la libertad personal se convierte en enemiga de la libertad pública y nuestros derechos individuales retroceden mientras el estado araña las paredes de nuestro hogar dulce hogar.

Pero todo tiene consecuencias: en otro tiempo, cuando la palabra de un hombre todavía valía algo, al menos la turbamulta iracunda y disonante coincidía en gritar: “Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos." Ahora sólo se escucha el clamoroso silencio de la indiferencia. Esto en cuanto al aborto.

Andan ahora unos y otros buscando argumentos a favor y en contra de la fiesta de los toros, a veces con una ingenuidad enternecedora, como si no supieran de sobra aquellos que están tramitando su prohibición de sus valores universales, culturales y estéticos.

¿A quién vais a convencer, almas de cántaro? ¿No os dais cuenta de que precisamente es por eso por lo que la quieren prohibir como han hecho con la más universal y trascendente lengua castellana?

Pero en el delito llevarán la purga, pues cada vez serán un pueblo más indefinido y americanizado, según la severa admonición de Rubén Darío. Que nadie piense aquí o allí que van a hablar en catalán. ¿Será después de todo cierto eso de que tantos millones de hombres hablaremos inglés? Hoy son los toros, pero mañana serán los castells.

Si la fiesta de los toros debe pervivir lo ha de hacer porque supone el último reducto de la valentía, entendida en un sentido más amplio que el mero dominio sobre la bestia, en la plaza el animal es más animal y el hombre más hombre, pues en este encuentro fatal de fuerzas atávicas se pone en juego todo el misterio de nuestra improbable condición.

Lo que sucede en una plaza de primera es verdad, y por eso las gestas de José Tomás y la estética de Morante han conmocionado a la opinión pública, complicando la decisión que tomará el Parlamento de Cataluña en los próximos días y que no era sino una consecuencia lógica de la declaración de Barcelona como ciudad antitaurina y de la desaparición de TVE de las corridas de toros.

Yo quiero recordar a estos hombres, los toreros, que abren las puertas de la muerte cada tarde para mostrarnos toda la grandeza de la vida, algo que nuestra apesebrada clase política jamás hará, y para ellos y en homenaje a ellos, y a todos los que se juegan la vida por defender la integridad de la condición humana en cada frente, he escrito esta columna.

14 comentarios:

Anónimo dijo...

Está claro que el celo del Parlament tiene poco que ver con los toros y mucho con los afanes separatistas. Si la tauromaquia fuese una fiesta exclusiva de Cataluña, los de Esquerra estarían llamando a la Unesco para que la hiciesen patrimonio de la Humanidad.

Pero ya lo decía Machado: "De diez cabezas, nueve embisten y una piensa." Y no se refería a los toros. ¡Animalicos!

Anónimo dijo...

Macho, me has inspirado.

Anónimo dijo...

Parece que no ha salido el vínculo... bueno, sí tú sabes donde estoy :D

José María JURADO dijo...

Estas aquí

http://erasmusreloaded.blogspot.com/2009/12/catalunya-antitaurina.html

Máximo Silencio dijo...

Grandioso y espectacular este artículo. La ley antitaurina que se va a desarrollar en Cataluña es un fiasco que entra en la dinámica de prohibirlo todo, pero la nueva ley del aborto si que es una verdadera atrocidad. 116.000 niños van a morir por una serie de políticos que se creen con el derecho de dar rienda suelta a elecciones tan serias y tan intolerables como es decidir sobre la vida de otro ser humano. Lo que más me duele es la ignorancia además. La ministra Aidó (o Aída... como queráis) parece que no conoce el principio aristotélico de tercero excluído. Si un ser humano es tal por pertenecer a la especie Homo Sapiens
Sapiens, por qué un estadio de desarrollo, un tamaño, la formación del corazón puede determinar si es o no un hombre. El hombre es o no es, las cosas nunca van siendo.

Es una vergüenza que se une a mi repulsa por el estatalismo que se preocupa más por animales que por lo propios hombres, además muriendo los primeros con mayor honor y menor dolor en una plaza de toros que en un matadero.

Perdona este comentario tan largo. Estaba inspirado...

Un saludo

Javier Sánchez Menéndez dijo...

Me quito la muleta en el paseillo.

marevalo dijo...

¡Bienvenido al Club de la Reforma!

Juan Antonio González Romano dijo...

Tantas razones y que ninguna cuente, ay, qué pena.
Pañuelos y abrazos, amigo.

alelo dijo...

Aunque espero que nos veamos, Feliz Navidad para ti y todos los tuyos.

Un abrazo virtual.

Jesús Cotta Lobato dijo...

Nos estamos quedando sin héroes.

elpiyayo dijo...

Lo lógico sería que votasen menos personas, es decir, quitar a tantos diputados del hemicilo o que uno sea el encargado de pulsar el si o el no.
La conciencia de los "que se hacen llamar católicos" Es una desverguenza para captar los votos de los católicos incautos y supermodernos.
Total un ser vivo como es un toro, es lo mismo que un ser humano(ser vivo según nuestra superministra) que no se puede defender, chocante.
Espadas y baderillas y escarpelos, tijeras, artilugios varios y succionadores, eso es congruencia.
Solo que el espectaculo taurino va el que quiere y lo paga, el otro lo pagamos pero no podemos verlo.
Curiosamente en Cataluña matan los conejos clavandole el cuchillo en un ojo. Esto son etapas del ser humano, creo que estamos en la ultima.

José María JURADO dijo...

Gracias a todos por vuestras aportaciones.

Anónimo dijo...

La misma palabrería testoteronil y carente de lógica a la que se suele recurrir siempre que se intenta argumentar a favor del sinsentido de las corridas de toros: Es tradición: sí, y la esclavitud o la tortura, es arte: no conozco un solo museo de arte capaz de afirmar semejante barbaridad, es estético: lo será para tí, para mí es repugnante, sanguinolento (esto es evidente) y degrada completamente a quien lo ve.

Cualquiera de tus gratuitas y poéticas afirmaciones se puede aplicar igualmente a la "lucha extrema" o al boxeo infantil: "abren las puertas de la muerte cada tarde para mostrarnos toda la grandeza de la vida" o "último reducto de la valentía". Como espectáculo atávico e histórico está muy bien, pero que se quede como parte del pasado para admirarlo por su atavismo como la lucha a muerte entre gladiadores, que para muchos será superauténtica y superatávica.

Lo mejor de todo es descubrir que los toreros "se juegan la vida por defender la integridad de la condición humana en cada frente", cuánto debemos a estos prohombres, a estos poetas, y yo que pensaba que destripaban toros para forrarse...

José María JURADO dijo...

Querido anónimo, es inevitable tarzar el arco parabólico que une su anonimato con el de las dos votaciones de la semana pasada. Ah, y lea entero el atículo, no sólo está dedicado a los toreros y a los toros, eso para mí, en esta columna, tiene una importancia relativa. Muy agradecido por lo de las "poéticas" afirmaciones.

 
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